Gárgolas

Una mesa, un libro

El colmo de la distinción única en Tokio debe ser comer en Mibu y, después, pasear hasta Morioka para adquirir “el” libro

Trabajadores japoneses en las calles de Tokio

Trabajadores japoneses en las calles de Tokio / Shoko Takayasu / Bloomberg

Josep Maria Fonalleras

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El barrio de Ginza, en Tokio, es uno de los más conocidos y visitados de la ciudad. Hay grandes superficies comerciales y tiendas de moda y también el famoso mercado de pescado de Tsukiji y el teatro Kabuli-za. También hay un restaurante y una librería. Hay más, sí, pero estos dos establecimientos son peculiares. El restaurante se llama Mibu y solo tiene una mesa. Hay varios socios que pagan una cuota anual para poder ir una vez al mes y (casi) para de contar. El resto, los pocos privilegiados que han probado la cocina de Hiroyoshi y Tomiko Ishida, hablan de ella con estupefacción y respeto. Ferran Adrià ha dicho que el Mibu no se puede explicar y Andoni Aduritz afirma que "es la belleza por la belleza". Es decir, no hace falta añadir más. Hay otros restaurantes (o “no restaurantes”, como afirman algunos) similares, quiero decir con una sola mesa, pero este es el que tiene más renombre. Entre otros detalles de raíz budista, cada día vacían la nevera porque al día siguiente no quieren nada que proceda del día anterior.

En el mismo barrio de Ginza, se encuentra la librería Morioka Shoten, propiedad de Yoshiyuki Morioka. Habla de ella Anna Guifré en el 'Ara', a raíz de un comentario de Jordi Graupera. La peculiaridad de la librería japonesa, desde hace ocho años, es que solo vende un libro. Como el restaurante, el espacio es minúsculo (un escaparate, un mueble, una peana), luz blanca y paredes con motivos artísticos en torno al libro en cuestión. Es como si en Mibu sólo te sirvieran su caldo “dashi” con una rodaja de nabo que imita el reflejo de la luna en el mar. La gracia del invento es que cada semana, en Morioka Shoten, cambian el libro reverenciado. Hay tiempo para haberlo leído y trabajado y recomendarlo intensamente. Al mismo tiempo, es un ejercicio casi religioso y un recordatorio de la fugacidad de la lectura. Una mención de la importancia de la singularidad y de la profundización y un ejemplo para reflexionar sobre la condición de lo efímero. El terror del escritor no es el de la página en blanco (un tópico), sino el de entrar en una librería y comprobar que su creación excelsa se diluye en un océano de novedades y reclamos. Pero en esta librería el libro se convierte en tótem, aunque solo dure siete días. Eso sí, detrás tiene que haber la locura de un diletante con recursos o una sólida inversión en excentricidad. El colmo de la distinción única debe ser comer en Mibu y, después, pasear hasta Morioka para adquirir “el” libro.

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