Chat GPT y la nueva hoguera digital

Microsoft founder Bill Gates rides an escalator on Capitol Hill in Washington., U.S., March 29, 2023. REUTERS/Julia Nikhinson

Microsoft founder Bill Gates rides an escalator on Capitol Hill in Washington., U.S., March 29, 2023. REUTERS/Julia Nikhinson / REUTERS/Julia Nikhinson

Albert Sáez

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Italia se propone prohibir la nueva aplicación Chat GPT que sus fabricantes promocionan como una herramienta de uso popular basada en la Inteligencia Artificial (IA). Alemania se lo plantea. Este episodio ilustra uno de los debates más apasionados del momento, pero uno de los menos apasionantes. En él se sintetizan muchos fenómenos. El primero es el de la pulsión humana de prohibir lo nuevo por desconocido para proteger el orden establecido. Prohibir Chat GPT suena a las hogueras de la Inquisición contra la imprenta. Un ejercicio tan espectacular como inútil, mero exhibicionismo populista para aparentar que se frena a las supuestas fuerzas del mal. Italia y Alemania saben que no podrán cumplir esa promesa a no ser que pasen a ser autocracias como China o Rusia. La segunda cuestión es ¿qué pretender prohibir exactamente? Pues, en realidad, estamos ante una gran operación de márquetin de la peor calaña. El Chat GPT es para Microsoft lo que Metaverso fue para Facebook hace justo un año: la creación de expectativas para captar inversores que les ayuden a desarrollar una herramienta incipiente de la que venden todas sus prestaciones antes de conseguir hacerlas viables. Como dicen algunos científicos sensatos, el Chat GPT ni es inteligencia ni es artificial. Es una gran base de datos que piratea contenidos de multitud de fuentes y los presenta en una interfaz que combina las citas de acuerdo con ejercicios de mímesis más o menos afortunados. Sería inteligencia si la inteligencia fuera solo memoria. Y sería artificial si copiar ficheros digitales fuera menos natural que hacer fotocopias. Pero la campaña de promoción de sus autores ha hecho que se abra un debate en el que las expectativas se explican como realidades e incluso algún medio insensato ya empieza a hablar de los puestos de trabajo que se van a perder. La máquina de contrapropaganda de Metaverso ha funcionado casi mejor que la de los combustibles fósiles contra la energía nuclear o la de los bancos contra las criptomonedas. Es lógico que los dominadores de una situación no quieran perder su posición.

Algunas consideraciones para serenar este debate: por muy popular que la hagamos, la IA no es hoy una realidad operativa, entre otras cosas porque nuestro grado de conocimiento de la inteligencia humana es tan reducido que difícilmente seremos capaces de imitarla; hasta hoy, ninguno de los últimos grandes avances tecnológicos han sido anunciados en un 'road show' para accionistas, ni el móvil, ni Google ni las aplicaciones; si los gobiernos quieren proteger de verdad a los ciudadanos, no les prohíban lo que les resulta útil, obliguen a estas empresas a hacer públicos sus algoritmos como la Modernidad puso en cintura a la imprenta al proteger los derechos de autor y exigir las responsabilidades derivadas. La tecnología lleva siglos liberándonos de tareas farragosas y de intermediarios tramposos. Cada salto conlleva ganadores y perdedores. Vamos hacia un mundo en el que los empollones ya no podrán ser funcionarios ni los copiones podrán hacerse pasar por periodistas. Pero eso no es malo para toda la humanidad, solo para algunos.  

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