Tamames, Iglesias y los cisnes
Una moción de censura que tenía más de burla que de instrumento democrático no ha dejado de ser un regalo para los del “todo va mal”
Emma Riverola
Escritora
La moción de censura pasó. El Gobierno tuvo la oportunidad de explicarse; Yolanda Díaz, de reivindicarse; el PP, de desaparecer (quita, bicho); Vox, de captar foco mediático, y Ramón Tamames, de entonar su canto del cisne. Un cisne para sus propios ojos, claro. Punto a favor del Gobierno, parece. Pero ¿y los votos que se han extraviado por el camino?
Cuando el esperpento genera ríos de tinta y domina el escenario, se alimenta la desconexión emocional. Predomina la incomprensión, la sensación de alienación. Esto lo sabe muy bien la ultraderecha, que se nutre tanto de convencidos como de desconectados. Unos la votarán diga lo que diga. Los otros dejarán de votar, también a sus adversarios. Desorientar, ahondar en la negatividad, crear legiones de descreídos también es un objetivo de Vox.
Una moción de censura que tenía más de burla que de instrumento democrático no ha dejado de ser un regalo para los del “todo va mal”. Perdidos en el ciberespacio de la polarización, reacios a cualquier argumento que vaya más allá del escupitajo, enganchados a una imagen funesta de España, han visto oscurecerse un poco más su reino de las sombras. Pero no solo la ultraderecha trabaja por la desconexión.
La intervención brillante de Díaz, con la complicidad de Pedro Sánchez, provocó una buena dosis de optimismo al votante de izquierda. Después de unos meses de peleas en el barro, al fin el Gobierno de coalición era capaz de transmitir una imagen de unidad, de orgullo por lo conseguido y de ambición política. Pero no tardó en llegar la inquietud. Ay, el fuego amigo.
Unidas Podemos no se lo va a poner fácil a Díaz y a su proyecto Sumar. Es comprensible que UP no esté dispuesto a regalar un espacio que ha combatido -y defendido- palmo a palmo. Pero entre entregarlo o dinamitarlo, debería haber un mínimo sentido de ese tan cacareado bien común.
La contundencia y la agudeza que destilaba el Pablo Iglesias del 15M se han convertido en una rabia difícil de digerir. Sea por resentimiento, por convencimiento o por marcar distancias con el estilo más amable de Díaz, la dureza y las dificultades que arroja al acuerdo se convierten en otro modo de alimentar la desconexión. Ahonda en esa imagen de líderes ensimismados en sus cuitas y ambiciones, alejados de las dificultades de la ciudadanía. La ultraderecha se alimenta tiñéndolo todo de negro. La izquierda necesita la ilusión, trabajar por la esperanza. Iglesias tendrá razones para tanta herida, pero él también parece prendado del cisne que ve en su reflejo.
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