Carnaval

Una careta de Puigdemont: Vivales de escaparate

Asistentes al Primavera Sound, con caretas de Puigdemont en la nuca.

Asistentes al Primavera Sound, con caretas de Puigdemont en la nuca. / C. S.

Albert Soler

Albert Soler

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Que un expresidente acabe convertido en un artículo de broma es sorprendente, salvo si es un expresidente catalán, que entonces es lo más natural, puesto que ya son de broma mientras ejercen. La otra noche, con Ernest, pasamos frente al escaparate de una tienda de disfraces. Fue él quien lo vio e hizo que nos detuviéramos:

-¿Papá, ese no es Puigdemont? -a veces olvida que Puigdemont dejó hace tiempo de ser Puigdemont, tiene solo 13 años, ya aprenderá.

-Se llama Vivales, hijo mío. Y sí, es él.

Ahí estaba la careta de cartón del Vivales, imagino que por si en estos carnavales alguna comparsa tenía ganas de reírse del procés, cosa nada sencilla, todo comediante sabe que es difícil hacer sátira sobre lo que es en sí mismo una broma. O tal vez para ser utilizada en atracos a bancos y joyerías, si los cacos norteamericanos se ocultan -por lo menos así sale en los filmes- tras una careta de Nixon o de Trump, quizás los catalanes opten también por su presidente más ridículo para no ser reconocidos.

Sea como sea, quien había de ser el líder que nos conduciría a la republiqueta, se encontraba al lado de la careta de una acémila, de lo que se deduce que en aquel comercio ordenan los disfraces según el coeficiente intelectual de los personajes representados. El escaparate lo culminaban un disfraz de Blancanieves, otro de domador y un par de Barbie y Ken. Ni confeccionado a propósito para señalar que el procés fue primero un cuento, se convirtió después en un circo y no se consumó por simple falta de atributos.

Para lo que ha quedado, el pobre hombre. El Vivales no habrá conseguido pasar a la historia, pero ya es figura carnavalesca, lo cual se adecúa mucho más a su personalidad. Que haya terminado convertido en disfraz de Carnaval es una cuestión de justicia, aunque por mor del realismo su careta debiera ser de cemento armado y no de cartón, pero claro, entonces sería mucho menos manejable.

Con todo, acabé prometiéndole a Ernest que le compraría la careta. Igual a fuerza de usarla se imbuye del espíritu del Vivales y consigue vivir por siempre sin trabajar, a costa de los demás. No cabe mayor orgullo para un padre que saber que a su hijo no le va a faltar nunca de nada.

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