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El origen de la pandemia se suma a la guerra

Wuhan

Wuhan / Hector RETAMAL / AFP

Albert Garrido

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La localización del origen de la pandemia en una posible fuga del virus covid-19 registrada en el Instituto de Virología de Wuhan activa una vez más la hipótesis de que es China la responsable de la peor crisis sanitaria que ha debido afrontar la humanidad en los últimos cien años. Un informe elaborado por el FBI e información procurada al Departamento de Energía de Estados Unidos por diversas fuentes bajo reserva de anonimato han puesto de nuevo el foco en la pista china, mientras la comunidad científica se inclina por la vía de contagio zoonótica -el virus pasó a seres humanos que se contagiaron en contacto con animales portadores- y en la comunidad de inteligencia es mayoritaria la creencia de que la pandemia tiene efectivamente un origen animal. El debate sobre dónde surgió la enfermedad se circunscribiría así al ámbito de la virología, a la investigación de las cadenas de contagio y a las sucesivas mutaciones del virus, pero el debate ha adquirido una inevitable naturaleza política en medio de la pugna por la hegemonía entre Estados Unidos y China.

Con independencia de la solidez de los datos que maneja el Gobierno de Estados Unidos, no hay duda de que el objetivo último es sembrar la sospecha sobre la responsabilidad de China como potencia desencadenante de la pandemia, y la exigencia de disculpas públicas y de responsabilidades concretas. En igual medida, la insistencia de las autoridades chinas en que todo fue fruto de la fatalidad de un contagio en un mercado de animales vivos ya clausurado obedece a la necesidad imperiosa de eludir toda forma de culpabilidad sobrevenida, siquiera sea por la posible insuficiencia de los protocolos de seguridad en el Instituto de Virología de Wuhan. Ese es el reparto de papeles en un asunto acerca del que la comunidad internacional tiene derecho a exigir que se esclarezca después de que millones y millones de familias de todo el mundo fueron azotadas por la muerte.

Si no fuese por la guerra de Ucrania, por la posición de China en ella a propósito de su alianza estratégica con Rusia y por las dudas de Estados Unidos y sus aliados ante la ambigüedad del régimen de Pekín, quizá sería posible en un plazo relativamente corto elaborar una explicación político-científica del origen del contagio que zanjara la discusión o, cuando menos, proporcionara una versión creíble. Entre otras razones porque algunos expertos creen posible que la causa no fue sola una, sino que fueron varias coincidentes en el tiempo y en un mismo espacio. Pero el cruce de hipótesis de todas clases puestas en circulación por todos los medios -solventes unos, disparatados otros-, por las redes sociales dando pábulo a las teorías más peregrinas y por los agitprop activados por manos expertas en intoxicar a la opinión pública han hecho posible que reine la confusión en una atmósfera de sospecha generalizada.

Ian Bremmer, fundador y presidente del think tank Eurasia Group, afirma: Estados Unidos "es el principal exportador de herramientas que socavan la democracia, el resultado de algoritmos y plataformas de redes sociales que desgarran el tejido de la sociedad civil mientras maximizan las ganancias, creando una división política, disrupción y disfunción sin precedentes”. La discusión sin bases sólidas sobre la causa primera de la pandemia da la razón a Bremmer: en su afirmación no hay una sobredosis de dramatismo, sino que se corresponde con el carácter tan frecuentemente distorsionador de las redes sociales con grave daño para la cultura democrática. De ahí que en su análisis del momento, el politólogo vaya un paso más allá: “En 2006, las sociedades abiertas eran las más estables, en parte porque la tecnología las fortalecía y debilitaba los regímenes autoritarios. En 2023, menos de dos décadas después, ocurre lo contrario”.

Qué duda cabe de que la intención y sesgo de los mensajes políticos, de las estrategias de propaganda, han fluctuado y han tenido una naturaleza cambiante dependiendo de cada momento y aun de cada auditorio, pero el grado de adulteración de la realidad y de sometimiento a intereses contrapuestos tiene ahora una profundidad y eficacia como nunca antes la tuvo. ¿Es posible preguntar a las autoridades chinas qué pasó en Wuhan y esperar de ellas una respuesta creíble y documentada? ¿Cabe esperar del régimen chino una autorización para que una comisión científica pueda analizar in situ el origen del contagio sin el control e injerencia de la Administración? ¿Está en condiciones el FBI de proporcionar información y datos creíbles en los que basar su informe?

La respuesta inevitable es no en todos los casos porque la crisis de seguridad en curso lo interfiere y contamina todo. Fiar el esclarecimiento de lo sucedido solo en la opinión de virólogos y epidemiólogos es demasiado arriesgado para las partes enfrentadas; necesitan dotarse de herramientas exculpatorias o inculpatorias de alguien, según se trate de China o de Estados Unidos, para salir indemnes de la prueba del nueve: desvelar cómo empezó todo, por qué se expandió el mal a gran velocidad, quiénes movieron los hilos para que proliferaran los negacionistas de toda clase, qué objetivos persiguieron cuantos difundieron teorías estúpidas sobre la existencia o el tratamiento de la enfermedad. 

Hoy es imposible deslindar la gestión de la pospandemia de la gestión de la guerra; separar la aclaración verosímil de cuanto ocurrió en China a finales de 2019 de las noticias incesantes que llegan del campo de batalla. La guerra, cualquier guerra, es un estado moral que todo lo condiciona y lo adultera, y cuando se mundializa una guerra, como sucede con la de Ucrania, la adulteración tiene dimensiones planetarias. No hay forma de separar el grano de la paja, de precisar causas objetivables que facilitaron la infección y trajeron consigo la ruina económica de multitudes cuando aún no habían cicatrizado las heridas más profundas de la crisis financiera de 2007-2008 y años siguientes. El desarrollo de la guerra ocupa la totalidad del espacio en cuanto entra en juego el triángulo Estados Unidos-Rusia-China, mientras sigue el recuento de fallecidos víctimas del covid-19 tres años después de que los confinamientos abrieran un perturbador paréntesis en nuestras vidas.  

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