Pregúntele a ChatGPT
En la medida en que el universo digital nos desvincule del pasado llegamos al declive de la responsabilidad
Valentí Puig
Escritor y periodista.
La incomparecencia del presidente de la Generalitat y la alcaldesa de Barcelona a la llegada de Felipe VI al Mobile World Congress guarda relación con el impacto desconcertante que el móvil va teniendo en los adolescentes. Eso explica, en paralelo con la ideología anti-institucional, la falta de política adulta. Pero es que la nueva tribu política también se nutre de inmadurez dialogando con la articulación fantasma del ChatGPT surgido de la inteligencia artificial. Pregúntele a la inteligencia artificial si la conciencia existe.
Soledad y horizontes desangelados, vivir en crisis permanente: un reciente estudio concluye que hay más ansiedad juvenil con Facebook que antes. Triunfan unos 'influencers' que parecen sacados de un catálogo de egos hipertrofiados. Atraído magnéticamente por la espiral de las redes, el relativismo acaba siendo uno de los rasgos de esa crisis de conciencia. En la medida en que el universo digital nos desvincule del pasado llegamos al declive de la responsabilidad.
El relativismo significa que todo vale lo mismo, que la verdad no existe y que aspirar a conocerla es una pantalla pasada. Los líderes ahora se valoran más por su capacidad de empatía que por su voluntad de ser y hacer. El hecho de que abusen de Twitter contribuye a la sensación de que el lenguaje articulado es un sistema fósil, con lo que es mejor hablar con ChatGPT y no desasirse del móvil. En Kioto, un robot llamado Mindar pronuncia sermones y celebra exequias fúnebres. Es una criatura precoz de ChatGPT y nadie puede ya asegurar que no consiga individualizar las respuestas según las necesidades religiosas de cada fiel. Sería el Sermón de la Montaña para un trans-siglo, otro mundo feliz entre paréntesis. Asoma un auge de la futilidad. Aceptamos fórmulas 'soft' de anomia, polarización y moral pública balcanizada.
El sabio Henry Kissinger y el gurú 'high tech' Eric Schmidt –precursor en Google- han firmado un manifiesto a favor del potencial de la Inteligencia Artificial Generativa como una transformación del proceso cognitivo humano. Advierten, a la vez, de la brecha que puede producirse entre el conocimiento humano y el entendimiento humano. Ahí está la clave porque, con todos sus prodigios, la nueva inteligencia artificial genera ambigüedades acumulativas mientras que la ciencia ilustrada acumulaba certezas. Va más allá del caso de los doctorandos que hacen su tesis transcribiendo las respuestas de ChatGPT –ahora, GPT3 y así sucesivamente-. Los artefactos de la inteligencia artificial nos hacen los crucigramas del próximo siglo. Son el imposible sustituto de las neuronas del espíritu, pero no del cálculo. Hay algo de Gran Hermano en todo eso, algo del ordenador Multivac de Asimov. No vayamos a acabar como los gorilas que palpan el monolito lunar en '2001: una odisea del espacio'.
Ya vamos clicando en ChatGPT en busca de grandes respuestas para preguntas que ni tan siquiera existen. Lo que nos llega es una letania almacenada en la nube. Es el peligro de abrir una puerta cerrando otras. Como dice el manifiesto, “reafirmaremos nuestra humanidad asegurándonos de que las máquinas sigan siendo objetos”. Aun así, siempre habrá quien piense que para gobernar la Generalitat o Barcelona iría mejor consultar ChatGPT que fiarse de Pere Aragonès o Ada Colau.
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