Error del sistema | Artículo de Emma Riverola

Ni santas ni mártires

Ciertas interpretaciones reduccionistas acaban abonando la idea de una eterna minoría de edad femenina. Perpetuas caperucitas acechadas por lobos

Imagen de archivo de una manifestación feminista

Imagen de archivo de una manifestación feminista

Emma Riverola

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Cuando JxCat forzó la dimisión de Eduard Pujol tras recibir varias denuncias internas por acoso sexual, el político llevó a las denunciantes a juicio, demostró su inocencia y el juez afeó a Junts el “grave perjuicio económico, social y político” causado a su dirigente. El caso ha sido ampliamente difundido y, junto a otros actuales sobre los que planea la sombra de la duda, la presunción de inocencia ha acaparado titulares y preocupaciones

El peso histórico de la violencia machista es colosal. Es evidente que la reparación no puede apuntalarse en la negación de los derechos de los hombres, pero también conviene dimensionar el problema. Según la Fiscalía del Estado, las denuncias falsas por violencia de género suponen un ínfimo porcentaje, un 0,01%. No es ilusorio ver un cierto rearme patriarcal en el tremendismo. 

Del mismo modo que es imprescindible respetar la presunción de inocencia, el combate contra la violencia de género no puede apuntalarse sobre la victimización permanente de la mujer. Una pátina de ortodoxia, esencialismo y puritanismo sobrevuela sobre prácticamente todos los debates actuales que atañen al feminismo: 'ley trans', abolición de la prostitución, fronteras del consentimiento... Un magma que ahonda en una idea de debilidad de la mujer. 

Parece poco creíble que una ley que protege los derechos de unas personas estigmatizadas vaya a provocar el “borrado de las mujeres”. También es cuestionable el veto reiterado a la presencia de las trabajadoras sexuales en el debate sobre el abolicionismo, ¿puede el feminismo ignorar la voz de unas mujeres por muy incómodas que resulten? En cuanto al consentimiento, resulta crucial para dirimir cuándo acaba la libertad y empieza la coacción, pero ciertas interpretaciones reduccionistas acaban abonando la idea de una eterna minoría de edad femenina. Perpetuas caperucitas acechadas por lobos.

No podemos creer que todas las mujeres son seres de luz. Ni que todas son capaces de discernir los límites ni que todas están libres de manipular o de ser manipuladas. El “yo sí te creo” es la fórmula para romper el silencio cómplice del patriarcado, es el grito de la resistencia, el puño sobre la mesa. Pero ni es aceptable la condena sin mediar sentencia (y con mensajes de altos cargos incluidos), ni caer en una fe ciega y pueril en la mujer que solo debilita al feminismo. Sus luchas y sus logros no buscan la santidad ni el martirologio, sino el reconocimiento, la libertad, la dignidad y, sobre todo, librarnos del miedo.

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