Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras

La novela y la democracia

No es seguro que la novela tenga que depender del régimen político o que tenga que morir, una cancioncilla que hace decenios que dura

Juan Carlos y Vargas Llosa juntos al finalizar la ceremonia

Juan Carlos y Vargas Llosa juntos al finalizar la ceremonia / REUTERS/Sarah Meyssonnier

Josep Maria Fonalleras

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Hace unos días hablaba de la recuperación del Jordi Pujol político y activista, del hombre obsesionado con unos ideales, frente al hombre que salió salpicado a causa de la famosa ‘deixa’, del hombre pecador, manchado por la corrupción. Los libros de historia vete a saber qué dirán, pero mientras esté a tiempo, la fijación de Pujol es llegar a este juicio con el plato de la balanza de las grandes hazañas más pesado que el plato de las miserias humanas. Algo similar ocurrió la semana pasada con el rey emérito de España. La condición de doble invitado en París (de la mano de Mario Vargas Llosa y Emmanuel Macron), la recepción en el acto de entrada del novelista en la Academia Francesa y la posterior cena privada en el Elíseo, fueron una entronización de la figura del exmonarca en un entorno civilizado, lejos del exilio ominoso (y más bien placentero) en Abu Dabi. Una cosa es que te acoja el jeque de una dictadura y otra que te invite al presidente de la República Francesa. El propio Vargas Llosa destacaba el papel del rey en la Transición española (lo que decíamos de la balanza de las hazañas) y Javier Cercas, que también era uno de los invitados y que dijo hace tiempo que no entendía cómo Juan Carlos podía haber perdido la cabeza de la manera que la perdió, reivindicaba “el concepto muy elevado del rey” que tenía Macron y la consideración que recibía en Francia y (sic) “en el extranjero”.

En la ceremonia pomposa y de gran aparato (y algo demodé), Vargas Llosa habló de la novela. El peruano, que ha escrito uno de los elogios más vibrantes y sensatos del género a partir del análisis de ‘Tirant lo Blanc’, se dedicó a decir tonterías monumentales. Tales como esta: “La novela salvará la democracia o se sepultará con ella y desaparecerá”. Esto, simplemente, no es cierto. El ambiente en el que se movía, pongamos por caso, Joanot Martorell, en el siglo XV, no tiene parangón con el concepto contemporáneo de democracia. Y bien que la escribió. O Cervantes, o Dostoyevski en la Rusia zarista. Ninguna novela ha salvado nunca una democracia. Y no es seguro, tampoco, que la novela tenga que depender del régimen político o que tenga que morir, una cancioncilla que hace decenios que dura. La democracia puede salvarse más bien con instituciones que defiendan los derechos humanos y con políticos que no sean corruptos. Pero esta, por supuesto, es otra historia que Vargas Llosa olvidó mencionar en su más bien banal y azucarado discurso.

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