El paso a la 'inmortalidad'

Vargas Llosa en la Académie Française: “La novela salvará a la democracia o se sepultará con ella y desaparecerá”

Con una ceremonia solemne, el Premio Nobel hispanoperuano ha dado hoy el paso definitivo para su ingreso en la más alta institución de las letras francesas, ante la presencia, entre otros, del rey emérito Juan Carlos de Borbón. Flaubert, la novela y el papel decisivo de ésta para constituir sociedades democráticas han centrado su discurso

Mario Vargas Llosa, antes de la ceremonia de ingreso en la Academia Francesa.

Mario Vargas Llosa, antes de la ceremonia de ingreso en la Academia Francesa. / Teresa Suárez/Efe

Juan Cruz

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Mario Vargas Llosa, escritor peruano, discípulo apasionado de Gustave Flaubert, ingresó esta tarde del 9 de febrero de 2023, a punto de cumplir los 87 años, en la Académie Française, el mayor templo literario de esta lengua. Lo hizo con un discurso en el que reclamó para la novela, el arte que lo llevó al premio Nobel en 2010, un papel decisivo en el pasado y en el futuro de la humanidad. Flaubert fue su espejo y en este acto fue su impar acompañante.

Ante las autoridades de la principal institución literaria del país que adoptó como su referencia de escritor en 1956, cuando tenía veinte años, y ante autoridades francesas y españolas, entre las cuales estaba el rey emérito, Juan Carlos de Borbón, además de la familia Vargas Llosa al completo, aquel Zavalita que le sirvió para mezclar experiencia y ficción en 'Conversación en La Catedral' expresó su pasión por la novela como elemento consustancial de la democracia.

Fue recibido con honores institucionales y literarios, como si el propio reino francés de las letras le estuviera agradeciendo que se fijara en este país para pasear por el mundo su admiración de escritor enamorado de la literatura creada en esta lengua. Quien se encargó de hacer su elogio, Daniel Rondeau, dijo que Vargas Llosa representa una figura literaria singular que jamás “ha soltado el hilo de sus formidables aventuras novelescas”. Su decisión de intervenir en la política de su país, un acto fallido que lo atrajo de nuevo a la literatura y, además, a París, significó un gesto de generosidad. Pero “ese día en que aceptó dar ese salto usted tocó en la puerta de la desgracia”, como se dice en una de las páginas más brillantes de uno de sus escritores preferidos, Albert Camus, en 'El extranjero'.

El rey emérito Juan Carlos I acompañado de su hija, la infanta Cristina, en la ceremonia solemne de la Académie Française.

El rey emérito Juan Carlos I acompañado de su hija, la infanta Cristina, en la ceremonia solemne de la Académie Française. / J. C.

Esa actuación civil del escritor, le dijo Rondeau, responde a su “relación compleja con la utopía”, reflejada desde el principio en 'La ciudad y los perros' o, más adelante, en 'La fiesta del Chivo', una novela sobre “ese manto de hierro echado sobre un pueblo al que se encadena al mismo tiempo que se le presiona para perder su alma”. Cada libro de Vargas Llosa, dijo su exégeta en la Academia Francesa, “es a la vez un escudo contra el tiempo que pasa y la espada del que permanece a la búsqueda de una cierta idea del infinito”. Jorge Luis Borges formó parte de esta valoración literaria del nuevo 'inmortal'. “Borges representa todo lo que Sartre le había enseñado a odiar: el escritor altivo que desprecia la política y el fango del mundo real. Usted leía a Borges en secreto durante sus años en París, extraía de su lector un placer ambiguo. Hoy los libros de Sartre se le caen de las manos, pero su admiración por Borges sigue intacta”. Este fue el último episodio del elogio: “Querido Mario Vargas Llosa, usted está aquí en su casa, en nuestra obstinada tribu de efímeros inmortales”.

El nuevo "inmortal efímero", el peruano que también es español, dio su carta de batalla por la literatura que allí se celebraba, como hace decenios dio la batalla por 'Tirant lo Blanc', con la misma pasión también con la que se ocupó de Juan Carlos Onetti o William Faulkner, en el territorio y la imaginación que lo cautivó desde antes de 1956 y hasta ahora mismo.

Alternando sus referencias a los héroes franceses de su juventud y de siempre (Gustave Flaubert, Victor Hugo, Jean Paul Sartre, Albert Camus…), y después de haber situado en la historia de la literatura a Michel Serres, narrador al que sigue en el sillón que le corresponde en la docta institución, Vargas Llosa se puso el traje del novelista y el del periodista a la vez y explicó en este párrafo el doble compromiso que ha marcado su vida: la literatura y la democracia.

Dijo el escritor peruano: “La novela salvará a la democracia o se sepultará con ella y desaparecerá. Quedará siempre, cómo no, esa caricatura que los países totalitarios hacen pasar por novelas, pero que están allí, solo después de atravesar la censura que las mutila, para apuntalar las instituciones fantasmagóricas de semejantes caricaturas de democracia de la que es ejemplar la Rusia de Putin atacando a la infeliz Ucrania”.

El Nobel peruano, enviado especial a países en penuria o en guerra, como el Congo, Palestina, Israel y otros lugares cuyos conflictos avivaron su primera experiencia de periodista, se refirió al actual episodio de guerra en Europa subrayando la valentía con la que Ucrania resiste, pese a la “superioridad militar” rusa, “a sus bombas atómicas y a sus ejércitos multitudinarios”. Cronista y novelista a la vez, explicó su visión del momento que vive el país acosado: “Como en las novelas, aquí los débiles derrotan a los fuertes pues la justicia de su causa es infinitamente más grande que la de estos últimos, los supuestamente poderosos”.

“Como en la literatura”, añadió Vargas Llosa, “las cosas se hacen bien y confirman una justicia inmanente que sólo existe, está demás decirlo, en nuestros sueños”. Aquí introdujo Vargas Llosa, como teoría y práctica de la novela, lo que puede ser el resumen de su propia manera de abordar el género que lo ha llevado a ser una figura mundial de la literatura. “¿Cómo puede una novela conmover esa historia que se hace cada día?”, se preguntó. “Simplemente existiendo, llenando de aspiraciones y deseos a los lectores, inoculando en ellos el virus de la ambición y la osadía fantástica de una vida mejor, o en todo caso distinta, como las que descubrimos en los libros de Flaubert, de Víctor Hugo, de Gide o de Cèline –ese gran autor y ruin persona que tenía dos manos, una para escribir con genio ese viaje al final de la noche y otra para alimentar el odio contra los judíos”.

Su gratitud a Gustave Flaubert alcanzó en su discurso el tenor de una autobiografía. Cuando vino a París, a recoger el primer premio de su vida, fue a su tumba a rendirle gratitud; el último libro que releyó, antes de este nuevo viaje a París, fue la 'Madame Bovary' en la primera edición con la que le esperaba su hijo Álvaro, y el discurso de este mediodía fue una nueva rendición de cuentas al “solitario de Croisset que me ayudó a ser el escritor que soy”. Fue en 1959. La misma noche de su encuentro con la ciudad en la que ayer recibía este homenaje fue a comprar ese libro que constituyó para él “un sueño del que nunca he despertado”. "Deslumbrado”, dijo, “por la elegancia y la precisión con la que escribía Flaubert, lo leí y lo releí todo, de principio a fin, quiero decir, estudié sus novelas y sus cuentos y su correspondencia”, hasta el punto de que realizó aquel viaje a la tumba del maestro para rendir cuentas sentimentales de su deuda, la suya y la que le debe “la novela moderna”.

La familia de Mario Vargas Llosa, reunida para celebrar su ingreso en la Academia Francesa. 

La familia de Mario Vargas Llosa, reunida para celebrar su ingreso en la Academia Francesa.  / Twitter Álvarao Vargas

La pasión por Flaubert fue “un descubrimiento acaso más importante que los rebuscamientos y travesuras formales de Joyce en el Ulises, aunque el propio Flaubert no fuera totalmente consciente de aquella revolución que provocó en los cinco años que trabajó en 'Madame Bovary', inventándose una enfermedad prolongada, para aplacar al atinado cirujano que era su padre y que aspiraba, cómo no, a dotar a su hijo de una profesión liberal”.

Esa evocación, que en este caso tiene que ver con el escritor de su vida, remite también a su autobiografía. En sus memorias, 'El pez en el agua', recuerda Vargas Llosa hasta qué punto su padre trató de impedir que fuera un escritor. Lo sometió a todo tipo de presiones cuando regresó a su casa de la que estuvo separado mientras el hijo era engañado por su madre, que le insistía en que su padre había muerto. El padre instó a Mario a dejar lecturas y otras actividades que él consideraba mariconadas. Lo obligó, además, a estudiar en el internado del Colegio Militar Leoncio Prado, pero no pudo impedir que aquella pasión que había alimentado sin querer su madre (dejaba a la vista poemas de Pablo Neruda que el muchacho leía ávidamente) fuera la que se avivó en París y la que ahora lo lleva a cosechar, también en París, uno de los más grandes premios de su vida. Vargas Llosa cuenta en aquellas memorias que aquel padre reticente al talento del hijo llevaba en la cartera, y eso se descubrió a su muerte, un recorte de la revista Time elogiando una novela del ex alumno del Leoncio Prado.

Fue este discurso parisino un elogio a Francia, a su literatura, y a la novela. La novela tal como la concibieron sus maestros, en concreto los franceses, entre los cuales Balzac, Stendhal, Zola o Alejandro Dumas están escalones por debajo del maestro al que llevó flores cuando era un muchacho al que aun no apodaban Zavalita. “La literatura francesa”, dijo, “ha hecho soñar al mundo entero con otro mundo mejor (…) y ha hecho posible que ese sueño se fuera convirtiendo en realidad en las democracias del mundo. (…) Nada se ha inventado hasta ahora como la novela para mantener vivo el sueño de una sociedad mejor que ésta en que vivimos”.

Hubo referencias a otros autores de otras lenguas (con mención, por supuesto, a Cervantes), pero él incidió en la personalidad abrumadora de los autores franceses que había mencionado. Pues esta literatura que ahora homenajea es “la más osada, la más libre, la que construye mundos a partir de los derechos humanos, la que da orden y claridad a la vida de las palabras, la que osa romper con los valores existentes, la que se insubordina a la actualidad, a la que regula y administra los sueños de los seres humanos”.

Fue un manifiesto, una carta de batalla por Flaubert y los herederos de éste, entre los que él se cuenta, una canción de afecto por la pasión que lo hizo el hombre que es, consciente de que “una vida sin literatura sería horrible, siniestra, una rutina intolerable”.

Viaje privado

Tras la derrota en su aspiración a ser presidente de su país, se instaló en París

En aquel regreso a París parecía desmejorado, con el cuerpo golpeado por el tiempo pasado, y se puso a escribir 'El pez en el agua', su desahogo mayor, donde contó las riñas con su padre, su pasión francesa, sus enamoramientos y sus rupturas, y naturalmente su pasión por París, su renovada iluminación literaria, y su decepción por la aventura política.

Años después, en 2010, ganó el Nobel. Ahí su destino fue Estocolmo. La fiesta que le rindieron su país, sus amigos, su familia, sus lágrimas en el momento en que citó a su mujer, su prima Patricia Llosa, marcó unas jornadas en las que no pudo evitar, además de esa emoción familiar, el susto que vive en su cuerpo desde que descubrió que su padre sí existía e iba a hacerle la vida imposible.

No se entendía entonces, sino fuera por ese daño psicológico que describe en 'El pez en el agua', que justo el día en que iba a dar su discurso de Nobel perdiera por completo la voz y anduviera como alma en pena en busca de un remedio que enseguida sería una inyección milagrosa.

Y París, ahora, no es solo una ciudad a la que ingresa para ser ungido como heredero de Flaubert, al que buscó siempre. Hace ocho años abandonó el hogar de su familia, de Patricia y los hijos, para vivir una relación con Isabel Preysler. Esa relación, que terminó en diciembre, rompió durante un tiempo sus relaciones más directas y generó un importante trauma familiar. La decisión de Vargas Llosa de devolverse a su casa de Madrid, en la calle Flora, causó un enorme revuelo informativo y de opinión alimentado sobre todo por la prensa del corazón y algunos diarios clásicos.

Ni él ni otros miembros de su familia han dicho nada de este proceso de retorno del padre a una relación normal con la exmujer y con los hijos. Menos ellos, los padres y los hijos, puede decirse que, al menos en España, nadie ha dejado de decir lo que quisiera, con información que parecía sacada de las especulaciones. Él se ha limitado a decir que no se arrepiente de nada y que el mundo en que había estado viviendo en este periodo de ocho años de separación “no era mi mundo”. El resto de su familia, sobre todo el hijo Álvaro, ha hecho un seguimiento en imágenes de la vida de su padre desde que volvió a vivir en la anterior casa familiar, que siempre estuvo dispuesta para ser habitada.

La expresión pública, concreta, de esa reinserción familiar se ha visto estos días, cómo no, en París. Ha habido celebraciones familiares (el cumpleaños de una nieta) y otras fotografías que rescatan la normalidad de un grupo afectivo que en un tiempo pareció irrompible y que ahora forma parte otra vez de una fotografía completa a la que, simbólicamente, se ha sumado el retrato de Flaubert, que este mediodía parecía también un antepasado del premio Nobel peruano.