Artículo de Albert Soler

Laura Borràs es una pobre cabeza de turco

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / Leonard Beard

Albert Soler

Albert Soler

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Dejar prácticamente sola a la pobre Laura Borràs enfrentándose a la justicia es de desagradecidos. En los últimos días se ha producido un goteo de lacistas desmarcándose de la acusada de fraccionar contratos con el peregrino argumento de que no se la juzga por nada vinculado al 'procés', que los trapicheos que haya podido realizar no tienen que ver con la republiqueta. ¿Cómo que no? ¿Hay acaso algo más lacista que regalar contratos y dineros a los amigos? ¿Acaso no ha quedado demostrado que la republiqueta sería una forma de repartirse los dineros los de siempre y como siempre, pero con más garantía de impunidad? La colosa de JuntsxTrullo -o como se llamen hoy- no ha hecho nada más que seguir a rajatabla las directrices de un movimiento nacido para trincar.

No veo yo que haya diferencia entre fraccionar contratos para concederlos a dedo a un amigo y crear una embajada para colocar a dedo en ella a otro amigo. Por no hablar de los cientos de lacistas que se han hecho con puestos de trabajo que jamás habrían soñado. Por lo menos al bueno de Isaías el contrato le obligaba a trabajar, ni que fuese para justificar el dinero recibido, que los colocados en embajadas, ni eso. Probablemente si ha accedido a colaborar con la fiscalía acusando a su benefactora es porque ha sabido que él tenía que currar -o por lo menos simularlo, que también requiere esfuerzo-, mientras que otros se embolsaban la pasta solo con figurar. Cómo no iba a enfadarse, después de semejante ultraje, es que parece que haya lacistas de primera y de segunda.

Si el lacismo fuera un movimiento solidario y, sobre todo, consecuente consigo mismo, convocaría cada día frente a los juzgados una manifestación comparable a las del 11-S, cuando sus distintas facciones fingían hermandad, o sea, cuando aún no habían empezado las puñaladas por el dinero a repartir. No iban a faltar zepelines con forma de la encausada a tamaño natural surcando el cielo, como en un concierto de Pink Floyd, ni pancartas con la leyenda 'Todos somos Laura”', porque las más sinceras 'Todos quisimos ser Laura pero no todos tuvimos la oportunidad' no caben en una sábana salvo que sea de la cama de la propia rea.

Siempre hay que elegir un cabeza de turco para entretener a los jueces, y esa mujer que ya desde su extraña sonrisa perenne denota pocas luces era la candidata ideal. Hasta aquí, nada que objetar, si hay que soltar lastre, no hay duda de que con Laura Borràs se suelta a lo grande. Pero abandonarla a su suerte, como a la abuela en el geriátrico, cuando ella ha sido fiel a lo que se espera del lacismo, es tener poco corazón. Difícilmente habrá en todo el lacismo nadie que tenga tan interiorizados los mandamientos de esta religión, que -como todos- se resumen en uno: “amarás al dinero sobre todas las cosas y enriquecerás al prójimo como a ti mismo”, entendiendo por supuesto que no hay más prójimos que amigos y familiares.

Y eso que ir en autobús a darle palmaditas en la espalda mientras entra en el juzgado cuesta solamente entre 10 y 20 euros -no sé si con bocadillo de mortadela-, valía la pena comprar un billete solo para ir a pasear al zoo, donde también hay animales. Podrían juzgarla cada día y solucionarían la papeleta a tanta gente que se desplaza diariamente a Barcelona a estudiar o a trabajar, más los que no hacen ni una cosa ni otra en la administración del 'governet' y cobran a final de mes.

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