Las manos sabias del carpintero
Sobre la progresiva precarización de las clases medias
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Salgo temprano a comprar manzanas, aspirinas efervescentes y EL PERIÓDICO en papel. Debería regresar enseguida a la ‘baticueva’, pero sigo caminando por instinto más allá de las calles habituales del barrio en la mañana fría y luminosa. Andar para discurrir. Entro en un bar desconocido. Pido un café en la barra y al rato entra alguien que viene del pasado, alguien que no debería estar aquí ni ahora, mi viejo carpintero, el que me hizo con sus manos la mesa más hermosa del universo, ancha y fuerte como una cama imperial. La mesa donde vivo.
CARCOMA
Joan, que así se llama el carpintero, ya está jubilado y vive en un pueblo pequeño del Bages. Solía ponerse un cabo de lápiz sobre la oreja. Le arrancaba secretos a la madera. La acariciaba. Sabía muchas cosas del oficio, un legado que solo se atesora a fuerza de años y virutas. Decía que el mejor momento para cortar los árboles es en luna nueva con cuarto menguante, pues la savia se concentra entonces en las raíces y libera al tronco de humedades. Los tablones salen más uniformes, más resistentes, menos proclives a los bichos, a la carcoma y las termitas.
Joan tiene las manos grandes como palas. Ya no hay manos así. Manos curtidas de fresador, matricero, soldador, tornero. Mis manos, mi capital. Las manos de los obreros que construyeron el siglo XX y de los que se ha desembarazado el siglo XXI. Ahora se prefiere lo automático, volátil, metavérsico, ‘low cost’. La clase obrera ya no tiene obreros, y una fuerza extraña tira de las clases medias hacia abajo, hacia fondos fangosos. El otro día me lo explicaba sabiamente un taxista con palabras sencillas: «Antes podíamos ir ahorrando un poquito, para comprarte el coche o lo que fuera; ahora, ya no salen las cuentas». Parece que se acaba el ascensor social. Pervive, en todo caso, el montacargas del almacén al sótano. Y un malestar sordo. Un ruido de carcoma.
INFLACIÓN
Vuelvo a casa por las calles de clase media de toda la vida, a la hora de los jubilados y de las señoras mayores que hacen la compra de puesto en puesto, de tienda en tienda como abejas erráticas que buscan el polen del precio. Vivir, llenar la nevera, es un atraco. Como decía Manuel Alcántara, poeta y columnista de los grandes, «cuando la inflación se dispara, siempre resultan malheridos los mismos». Según la OCDE, se considera clase media a las personas que ganan entre 9.000 y 24.000 euros netos al año. Los números aturden y confunden. Yo solo sé que cada vez entra más en las conversaciones lo que cuesta llegar a fin de mes. ¿De dónde vienes? Manzanas traigo. Carísimas.
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