La extrema fragilidad de la caña pensante
Imaginación, sentido del humor, franqueza: la mirada de Hanif Kureishi
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
A punto de terminar el último libro de Hanif Kureishi, una recopilación de artículos y cuentos titulada ‘Amor + odio’, marco un párrafo. El lápiz se ha fijado en otras frases con anterioridad, pero su alma de grafito se estremece con el último subrayado. Dice: «Hay un abismo bajo la mayoría de nosotros, y a veces tu pie se sumerge en él, y entonces entiendes algo sobre lo catastrófico y la pérdida». En realidad, resultaría imposible salir siquiera al tranco de la puerta si uno estuviera constantemente cavilando sobre la endeblez de la capa de hielo que pisa. La insoportable levedad de la caña pensante.
Más tarde, el mismo día, tonteo un rato en internet, en busca de alguna crítica o comentario respecto del libro en cuestión, y es entonces cuando me entero del azar que ha golpeado al escritor británico: una estúpida caída en Romale ha dejado tetrapléjico. Sucedió el 26 de diciembre. Kureishi acababa de ver el partido del Aston Villa contra el Liverpool cuando, en un paseo por Villa Borghese de vuelta a casa, se desvaneció y cayó al suelo con la mala fortuna de romperse el cuello. No puede mover las piernas ni los brazos; no está claro si volverá a caminar o si podrá sostener una estilográfica entre los dedos. La cabeza le carbura a mil revoluciones.
En un instante, en lo que dura un parpadeo, el pie tantea el vacío del abismo, la placa de hielo cruje, la caña pensante de Pascal se parte en dos. Bastan un soplo de viento o una gota de agua.
Desnudez e ironía
Ahora mismo, el autor del guion de ‘Mi hermosa lavandería’, la película de Stephen Frears, se recupera en la unidad de parálisis de la Fondazione Santa Lucia, a las afueras de la capital italiana. Con la ayuda de su hijo Carlo y de su tercera esposa, Isabella D'Amico, sigue escribiendo o, mejor dicho, dictando sus pensamientos para que ellos los cuelguen en Twitter y en una plataforma llamada Substack. Me he suscrito a los envíos.
De momento, no asoma en los textos de Kureishi, de 68 años, la autocompasión. Tampoco esa moralina de autoayuda sobre la buena voluntad del enfermo, el deseo de mejorar, el optimismo a toda costa, que sí, de acuerdo. La enfermedad y los reveses del destino son una maldita mierda, pero el escritor, de madre inglesa y padre paquistaní, se enfrenta a ellos con cruda honestidad y sentido del humor, las mismas herramientas con que desnudó el racismo en el Reino Unido (‘El buda de los suburbios’) o los simulacros del matrimonio y el adulterio (‘Intimidad’).
Kureishi está bendecido por la fuerza creativa de la imaginación y por la mirada del artista, esa que sabe extraer belleza de una lenta coreografía de pacientes y terapeutas en el gimnasio del hospital. Capta en el baile generosidad y respeto. La base de todo.
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