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Albert Aixalà, que fue abandonado cuando era niño.

Albert Aixalà, que fue abandonado cuando era niño. / FERRAN NADEU

Los periodistas y los diarios nos dedicamos a contar historias. Cuando nos cruzamos con una gran historia, salivamos porque imaginamos la reacción entusiasta de los lectores. Esta semana, hemos conseguido recoger en EL PERIÓDICO dos historias extraordinarias. Una procedente de otro diario de Prensa Ibérica, 'La Nueva España'. Se trata de un matrimonio de Oviedo que, tras 52 años de casados, murió con solo 45 minutos de diferencia. Los enterraron en un funeral conjunto que acabó siendo un homenaje a una vida plena. La muerte sería menos difícil de aceptar si pudiéramos decidir este tipo de detalles: fallecer ahorrándonos el sufrimiento de ver marcharse a los que más queremos. Cuando la ficción ha reflejado la posibilidad de una existencia eterna, en el resultado final siempre ha ganado el deseo de decidir el momento de la muerte más que la voluntad de desterrar esa posibilidad para siempre. Será que los seres finitos somos capaces de imaginar la eternidad pero no de gestionarla. 

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La otra, recogida por Elisenda Colell. Se trata de la historia de Albert Aixalà, un trabajador municipal de Barcelona que fue abandonado en las mismas circunstancias que el bebé encontrado el martes en una calle de Sants. Aixalà lo reveló en Twitter al conocer la noticia y decidió explicarlo detalladamente en EL PERIÓDICO. Las circunstancias fueron prácticamente las mismas y el lugar, muy cercano. Aixalà explica también que posteriormente fue adoptado y revela de qué manera supo de sus orígenes y cómo lo ha ido deglutiendo. Impresiona la serenidad con la que lo explica y la empatía hacia su madre biológica, que le aleja de toda actitud justiciera. El reto vital no es imaginar una existencia sin problemas sino tener herramientas y un entorno que nos permita encajarlos y superarlos. 

La muerte, la vida. Su principio y su final marcan la existencia de los humanos. Y en esos momentos se producen las grandes historias que nos gusta contar. Con respeto, con distancia pero sin perder la común condición humana.