Artículo de Xavier Martínez-Celorrio

Derechos colapsados

Urge reformular el contrato intergeneracional hacia un contrato del bienestar más amplio

La residencia de ancianos La Pau (Barcelona), el pasado mayo.

La residencia de ancianos La Pau (Barcelona), el pasado mayo. / FERRAN NADEU

Xavier Martínez-Celorrio

Xavier Martínez-Celorrio

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Las generaciones de edad son vasos comunicantes entre los diferentes momentos de la vida. Y cuando se alarga la esperanza de vida, como pasa ahora, más generaciones conviven juntas en un mismo momento histórico. Vamos hacia una cadena intergeneracional compuesta por bisabuelos, abuelos, adultos y nietos con necesidades específicas crecientes. La próxima jubilación de los ‘baby boomers’ hará aun más mayoritario el peso de los mayores y su economía de plata con dos frentes: el envejecimiento activo con ofertas de turismo, deportes y cultura y, por otro lado, los cuidados en salud y dependencia para ancianos. Todos ellos, filones de empleo, pero mal pagados.

A simple vista parece que hay un conflicto entre generaciones donde los jóvenes y la infancia llevan las de perder. De hecho, tener un hijo es un riesgo añadido de meterse bajo el umbral de la pobreza para muchas parejas jóvenes, y los altos costes de la crianza disuaden y retardan la edad de la maternidad, cayendo la natalidad. De promedio, en la OCDE entre 1980 y 2015, la tasa de pobreza de los jóvenes ha aumentado un 7,6%, y la de la infancia, un 3,9%. En cambio, se ha reducido para las personas mayores, en especial, un 4% para los de más de 76 años.

Pero no nos precipitemos. Hay voces e intereses que animan a dibujar una lucha intergeneracional por recursos redistributivos escasos. De forma atroz, el ministro japonés de Finanzas Taro Aso dijo en 2013, en referencia a los ancianos, “que se den prisa y se mueran”. Este neoliberal y tataranieto de la alta nobleza samurái tiene ahora 83 años y sigue bien vivo y con los máximos cuidados y atenciones. Todo un ejemplo de cinismo y deshumanización desde el poder. Desde entonces, el extremismo populista y la emergencia climática se han agravado dejando una herencia implosiva para los jóvenes abatidos por su futuro.

El verdadero debate no es la lucha intergeneracional que enfrente a jóvenes y a pensionistas, sino la lucha redistributiva para que las élites y las clases altas paguen más impuestos. Para modernizar y ampliar un Estado del bienestar pensado para una sociedad industrial que ya no existe. Según Thomas Piketty, la brecha de desigualdad hoy en Europa entre el 10% más rico y el 50% más pobre es equiparable a la que existía en 1940. Una brecha que el Estado del bienestar redujo cinco veces hasta 1980 y desde entonces hasta 2020 ha vuelto a aumentar cinco veces.

Urge reformular el contrato intergeneracional hacia un contrato del bienestar más amplio que incorpore la justicia ecológica desde un Estado más activo, más inversor y más redistributivo. Es decir, que ataque las causas de la desigualdad, con salarios dignos, actuando contra los monopolios, regulando el mercado de la vivienda y garantizando la sostenibilidad del creciente gasto social, sanitario y de pensiones. Y con innovaciones como la renta juvenil inicial de Atkinson. Son derechos de ciudadanía para todas las edades y para que la cohesión social y la democracia no colapsen. Es lo que buscan algunos, polarizando los debates, la convivencia y las generaciones, contagiando de fatalismo nihilista a unos jóvenes que pueden transformarlo todo. 

Suscríbete para seguir leyendo