Ucrania busca la victoria, ¿y nosotros?
Kiev busca la expulsión de Rusia de todo su territorio, incluida Crimea, pero parece más bien que EEUU y sus aliados tienen como objetivo desgastarla en una guerra prolongada
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Si hay voluntad de poder parece obligado considerar que todo actor sumido en una guerra busca prioritariamente la victoria. Y más aún si se trata de una guerra en la que está en juego la propia existencia, como ocurre en la de Ucrania. Por eso no puede extrañar que Volodímir Zelenski insista desde hace meses, sobre todo desde que sus tropas tomaron la iniciativa en el campo de batalla a finales del pasado verano, en que no quiere la paz sino la victoria, entendida como la expulsión total de las tropas invasoras de todo el territorio nacional, incluida Crimea.
En esa línea, consciente de que sus propios medios humanos, industriales y militares no le bastan para alcanzarla, es coherente que demande insistentemente más y mejores medios militares y ayuda económica a quienes se muestren dispuestos a apoyarlo. Una insistencia que se ha traducido en una creciente corriente de suministros vehiculados en gran medida a través del Grupo de Contacto que, como ocurrió ayer mismo en la reunión de Ramstein, con la presidencia del ministro de defensa estadounidense, trata de coordinar el tipo de material y armamento a entregar a Kiev, tanto para cubrir sus necesidades más perentorias como para evitar la locura logística y operativa que supondría para los ucranianos encontrarse con un galimatías de materiales muy difícilmente integrables e interoperables. Poco cabe reprochar, por tanto, a un Zelenski que se afana por mejorar las capacidades ucranianas para obligar a Rusia a retirarse.
Otra cosa es responder a la cuestión de cuál es el objetivo último de quienes, con Estados Unidos a la cabeza, se han decidido a apoyar militarmente a Kiev. Y para ello conviene fijarse en ese cuentagotas de entrega de material cada vez más complejo. El argumento habitual que se maneja, desde que se entregaron los primeros misiles contracarro Javelin hasta que se ha abierto la puerta a carros de combate y blindados, es que se trata de impedir que Rusia decida escalar el conflicto, incluso hasta traspasar el umbral nuclear, no solo contra Ucrania sino también contra los países suministradores. La realidad es que hasta ahora se han traspasado sucesivamente esas supuestas líneas rojas, sin que Moscú se haya atrevido a dar un paso de esas características, seguramente consciente de que entonces se encontraría en una situación de la que no podría salir airoso por sus propios errores y sus cada vez más notables carencias.
Por eso, a la hora de determinar las razones de ese comportamiento occidental resulta evidente que responde a una triple causa. En primer lugar, el extraordinario rendimiento de las fuerzas ucranianas ha mostrado que poner armas en sus manos resulta militarmente muy rentable, dada su capacidad para absorber los conocimientos técnicos necesarios para usarlas. Además, como se demostró por ejemplo con los ataques realizados por Kiev contra la base aérea de Engels-2 con material propio readaptado, Washington y otros entendieron que era mejor atender las peticiones ucranianas, al menos parcialmente, para evitar que Zelenski y los suyos pudieran actuar contra objetivos en territorio ruso sin ninguna posibilidad de frenar sus ansias de combate. Pero, sobre todo, lo que cabe concluir es que lo que se busca en el fondo, no es derrotar a Rusia de inmediato, con el enorme riesgo de que, desesperada, decida recurrir a sus arsenales nucleares, sino desgastarla en una guerra prolongada hasta que quede exhausta. Aunque para ello haya que seguir sumando muertos y destrucción.
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