Ágora

La (no) pacificación de Barcelona

El proyecto de las 'superilles' ha estado sobrado de soberbia y carente de empatía con los que han osado reclamar un proceso de reflexión y planificación más cuidadoso

SUPERILLes

SUPERILLes / Joan Cortadellas

Jordi Clos

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La gestión del espacio público y la movilidad siempre han sido motivo de debates y controversias en Barcelona. Un hecho, por otro lado, común en cualquier ciudad y que evoluciona con el desarrollo de las propias sociedades y las circunstancias que las contextualizan.

La Barcelona actual es el resultado de esta evolución. La ciudad amurallada dio paso, con el derribo de sus muros, a la anexión de las 'vil•las' próximas y, por lo tanto, a su crecimiento como urbe; la apertura de la via Laietana abrió la ciudad al mar; el Plan Cerdà, en la segunda mitad del siglo XIX, puso orden a la eclosión social e industrial, con una visión de futuro que todavía hoy en día sorprende y merece el reconocimiento de los grandes urbanistas; las obras de los Juegos Olímpicos recuperaron las playas, modernizaron sus vías de comunicación y crearon nuevos barrios recuperando terreno industrial, y el Foro de las Culturas impulsó la zona del Besòs como núcleo de negocios, cultura y deportes.

Cada uno de estos cambios fueron revulsivos en momentos concretos para Barcelona. Cada uno de ellos, no exento de polémicas y división de opiniones. Todos ellos, aportando ordenación y pacificación en zonas urbanas, en muchos casos tensionadas y con necesidades globales muy identificadas. Todos ellos logrando el reto de propiciar una mejora global para la ciudad, perdurable en el tiempo, integrada e inclusiva con la dinámica de la propia ciudad, sin derivar en afectaciones ni daños colaterales.

El claro ejemplo es el Plan Cerdà. Como decía, un proyecto con una capacidad de prever el futuro dinamismo y la creciente dimensión de la ciudad, así como a la hora de repartir los nuevos usos de la trama urbana por parte de los ciudadanos y los nuevos medios de transporte. Este es un modelo de éxito, que ha permitido durante más de un siglo y medio articular de manera natural una parte muy destacada de la vida de Barcelona: la de sus vecinos, las de sus comerciantes, la de sus restauradores, la de sus paseantes.

Un modelo urbanístico que se ha ido adaptando, como si de un ser vivo que evoluciona se tratara, basculando y reconduciendo por su trama la intensidad de su tráfico y sus usos, facilitando y pacificando la vida de los barceloneses.

Actualmente, tenemos sobre el tablero de Barcelona el proyecto de las 'superilles'. Un plan que destaca por su gran objetivo de reducir el tráfico en ciertas áreas de la ciudad, apostando por su peatonalización. Sobre el papel, hitos encomiables que implicarán el desguace del Plan Cerdà, distorsionando el entramado barcelonés, la rotura del encaje natural de su actividad y la generación de problemas endémicos para la ciudad en cuanto a su movilidad, los cuales, hasta ahora, habían sido resueltos de forma bastante destacable.

Un proyecto carente de diálogo. De consenso. De debate. Un proyecto sobrado de soberbia y carente de empatía con aquellos que han osado reclamar un proceso de reflexión y planificación más cuidadoso, que atienda y tenga en cuenta los recursos de movilidad de que dispone la ciudad, con una visión metropolitana más amplia. Hemos sido testigos de un planteamiento de defensa de las 'superilles' demagógico a ultranza, con los supuestos beneficios que tendrá que aportar su aplicación (para unos cuantos, a costa, eso sí, del bienestar del resto de ciudadanos). Un plan que, una vez más, apunta a la criminalización de la actividad económica y la libertad de movimiento de las personas.

Pacificar urbanísticamente tiene que ser todo aquello que ayude y dé herramientas a una ciudad para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos (de todos sus ciudadanos, tanto de los residentes como de los temporales) y haga más armónico el desarrollo de sus actividades y interacciones. Lo hemos visto en el pasado, con los ejemplos expuestos anteriormente. Grandes proyectos urbanísticos que han comportado transiciones amables con su entorno.

Todo este planteamiento no tiene que estar reñido con la consecución de objetivos medioambientales ambiciosos, por otro lado del todo necesarios. Hace falta, en cambio, hacerlo con la proporción, los tempos y las medidas adecuadas. Con diálogo. Escuchando. Aceptando. Transigiendo.