Los méritos de los eméritos
Al mundo le debió de parecer extraño eso del pontífice emérito, pero los españoles tenemos un rey emérito y los catalanes pueden sumar un ‘president’ emérito
Albert Soler
Periodista
Me entero por la prensa de que ha muerto el Papamérito, a quien Dios tenga en su gloria. Era así llamado porque tuvo el mérito de retirarse por sí mismo, no como la mayoría de sus colegas, a quienes retira su inmediato superior llamándoles a consultas, hay consultas de las que no se regresa. Benedicto –tal era su alias, puesto que los papas, como los actores del Hollywood dorado, eligen un nombre pegadizo para el público– fue un gran intelectual, un hombre de gran preparación filosófica y un erudito en el más amplio sentido del término, del cual no he leído jamás ni una sola página y a quien jamás he escuchado ni una palabra, pero se conoce que eso es lo que debe decirse a su muerte. Ocurre lo mismo con Pelé, traspasado unos días antes que Benedicto, y eso que protagonizó bien pocos traspasos durante su vida deportiva. De este debemos decir que fue el mejor jugador de la historia, aunque apenas nadie le viera jugar en aquellos tiempos pretelevisivos. Hay afirmaciones que no se discuten, sino que se acatan y se repiten, so pena de ser tratados de ignorantes.
Al mundo le debió de parecer extraño eso de tener un pontífice emérito. No así a los españoles, que hace años que tenemos un rey emérito dando tumbos por el mundo. No digamos a los catalanes, que a los anteriores sumamos un ‘president’ emérito, este en lugar de dar tumbos ha sentado sus reales en Waterloo, donde le sufragamos la vida a él y a su señora, la cual permanece aquí pero no permitimos que pase penurias, más bien al contrario, que se levanta 6.000 euros mensuales de dinero público. Ignoro si el Papamérito vivía tan bien como los otros eméritos, imagino que con su solidez intelectual –nótese cómo me he impregnado de la semántica adecuada– preferiría libros a compartir la vida con Toni Comín, pero eso, salvo el ‘president’ emérito, lo prefiere cualquiera, incluso en el dramático caso de que sean libros de Pilar Rahola.
Ya se ve que convertirse en alguien ilustre es bastante fácil, basta con morirse. Yo no tengo prisa, ni siquiera he alcanzado aún el grado previo de periodista emérito, pero imagino que, cuando llegue el momento, tras rebuscar alguna virtud, lo que se destacará será mi capacidad de mantener la verticalidad en la barra del bar Cuéllar después de todo un día tomando quintos. Eso sí que tiene mérito.
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