Artículo de Valentí Puig

Algoritmos y pasiones turcas

Cuando poderes en alza y a la baja coinciden en desbaratar el orden mundial, la estabilidad global es la primera víctima

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. / VYACHESLAV PROKOFYEV / SPUTNIK

Valentí Puig

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Nuevas y viejas naciones están jugando partidas de ajedrez en tableros tridimensionales. Tanta complejidad desconcertante lleva, casi por instinto, a simplificar al máximo. Ha ocurrido al interpretar el ataque ruso contra Ucrania. Lo vemos con el acceso al poder de líderes más versados en demagogia que en buscar soluciones. Está presente en la credulidad con que esperamos resultados inmediatos de los remedios curalotodo, en un mundo en que si algo funciona son las políticas reformistas y no las utopías. La tecnología ha acelerado tanto el ritmo de las cosas que llegamos a fin de año con ganas de regresar por un instante a lo atávico. Los Reyes de Oriente han embalado como tesoro los manuales Web3, que es el auge de la tecnología ‘blockchain’.

Para 2023 se nos advierte que, como ya ocurre en la defensa de Kiev, sistemas algorítmicos de guerra muy sofisticados podrían competir con las armas tácticas nucleares. Según ‘Bloomberg’, los tecnólogos anuncian un giro estratégico de las guerras, con los nuevos sistemas algorítmicos, las redes de satélites y semiconductores del nuevo siglo. 1914 es la fecha más citada cuando se ausculta la hipótesis de una segunda Guerra Fría. La nueva etapa favorece más a una China digital que a Rusia. En 1914 no hubo tregua posible. ¿Puede haberla entre Putin y Zelenski? La posibilidad de que la Unión Europea orqueste esa tregua parece, por ahora, remota. Tal vez Angela Merkel hubiese tenido la autoridad moral para evitar que Putin entrase en Ucrania.

En esas nuevas tierras de nadie se encastillan regímenes como el de Erdogan. Ha sido mediador en el tránsito del trigo ucraniano y ahora amaga con vetar la incorporación de Finlandia y Suecia a la OTAN. El menú de la presidencia semestral sueca puede ser indigesto. En realidad, Turquía está muy debilitada. De cara a las elecciones de junio, las encuestas son negativas para Erdogan. Inflación, paro, caída del producto interior bruto: la clase media turca está harta de él, pero no tiene a mano una alternativa. Es la curiosa circunstancia de un régimen que, con tan mala salud, todavía tiene rasgos expansionistas. Vuelve a emponzoñar Chipre. Multiplica los gestos autocráticos. Reislamiza la vida pública. Al final, el vacío poselectoral acostumbra a dejar paso al caos. A los 100 años de la república kemalista, Turquía retrocede, pero sustituir a Erdogan tendrá mucho riesgo.  

Cuando poderes en alza y a la baja coinciden en desbaratar el orden mundial, la estabilidad global es la primera víctima. Con la macro dimensión de problemas y conflictos, ahora el covid ha alterado China y afectará al sistema mundial. Mientras tanto, la Unión Europea sigue sin ejercer el peso geopolítico que le correspondería, tanto por obligación como por interés. Abundan las especulaciones sobre el fin de la globalización. Como siempre, las disfunciones se precipitan y las soluciones tardan. Simenon escribía sus novelas a una velocidad increíble. Hitchcock le llamó por teléfono. La secretaria de Simenon dijo: “Imposible que se ponga. Acaba de comenzar un libro”. Hitchcock: “No hay problema. Estaré al aparato hasta que la termine”. La política realista se escribe mucho más despacio.