Artículo de Julio Pérez Díaz

Demografía, natalismo y extrema derecha

Es una receta estándar, la encontramos en la ultraderecha de siempre, como los Le Pen en Francia. Pero hoy ya no está en la oposición ultra, ha entrado en las políticas estatales

Una protesta antiabortista en EEUU.

Una protesta antiabortista en EEUU. / EFE

Julio Pérez Díaz

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En pleno alzamiento Franco anunció que iba a conseguir 40 millones de españoles ¡pero ya! Y pronto se regulaba la familia, el matrimonio, el trabajo o la protección social para conseguirlo. Tan importante era que el premio a las familias numerosas se entregaba el día del alzamiento, y lo hacía el Caudillo en persona. A la mujer le tocaba acatar y reproducir.

El natalismo es muy antiguo, el Estado siempre quiso más nacimientos. Pero el descenso mundial de la fecundidad, que empezó en el continente europeo a finales del siglo XIX, lo convirtió en una auténtica obsesión. Para aquellos gestores de imperios coloniales, amenazados por las nuevas organizaciones de masas, era cuestión vital dentro y fuera del país, así que se volcaron en la natalidad. Nunca tuvieron éxito, el franquismo tampoco.

Pero no fue su fracaso lo que desbancó al natalismo. Fueron dos guerras mundiales y la traslación del poder geoestratégico y económico a EEUU. Más que el descenso de su fecundidad, a la nueva potencia mundial le asustaba el excesivo crecimiento demográfico ajeno. Incluso los países más ricos crecían a ritmos sin precedentes, aunque bajase su fecundidad, pero la 'bomba demográfica' estaba en Asia, combinada con el contagio del comunismo. El nuevo objetivo pasó a ser extender la planificación familiar. Había llegado la época neomaltusiana, transmitida rápidamente a todas las instancias internacionales. El objetivo era el desarrollo, no alimentar a más pobres.

Hasta finales de los años 80, cuando la URSS se descomponía, coincidiendo con una crisis energética y financiera mundial, y Reagan ganaba su segundo mandato con el apoyo religioso antiabortista. La crisis llevó al antikeynesianismo, el derroche financiero en ayuda al desarrollo y control demográfico se acabó, y los lobis religiosos y ultraconservadores empezaron a prosperar. El tapón neomaltusiano ha saltado, el natalismo vuelve. Y es fácil ver el conglomerado ideológico en que se inserta: ultranacionalismo, patriotismo, primacía de los nacimientos autóctonos frente a la inmigración, glorificación de la familia y la pareja tradicionales, oposición al aborto legal, combate al feminismo, al despoblamiento rural y al envejecimiento demográfico. Y casi siempre en alianza con las confesiones religiosas imperantes, atribuyendo el cambio demográfico a una grave crisis de valores y reivindicando las sanas tradiciones del pasado. 

Es una receta estándar, la encontramos en la ultraderecha de siempre, como los Le Pen en Francia. Pero hoy ya no está en la oposición ultra, ha entrado en las políticas estatales con Orbán en Hungría, Putin en Rusia o Meloni en Italia. Se ha vuelto natalista China tras el hijo único o Irán con los ayatolás. También la derecha española, con Vox disparando la competencia por ver quién es más profamilia y más tradicional. Si Feijóo aprobó hace más de una década un plan natalista en Galicia, o Ayuso se dedica ahora a los cheques bebé en Madrid, Vox ha conseguido que Andalucía recupere el premio a la familia numerosa y está imponiendo su orientación familista y antifeminista en Castilla y León, su primer acceso a un gobierno autonómico. 

Tres décadas de oficio demográfico me permiten decirles algo inaudito. El natalismo miente, no sabe aumentar la natalidad, no lo consiguió nunca y en ninguna parte. Más aún, el cambio demográfico es bueno. Se tienen menos hijos porque se ha trasvasado el esfuerzo a mejorar la vida de los que se tienen. España en 1900 no llegaba a 35 años de esperanza de vida, la mitad de los nacidos no sobrevivía hasta los 15 años, y la reproducción real era desastrosa. Con una fecundidad que no ha hecho más que descender, hemos pasado de los 18 millones de entonces hasta los 47 actuales. Hemos conseguido vidas completas para los que nacen, por primera vez, y los viejos ya no son como antes (aunque el natalismo nos los presente como una amenaza, mayores del mundo ¡no sois una plaga!). Y todo ello con un gran esfuerzo de las personas y las familias, especialmente de las madres, sumamente moral y generoso (mujeres del mundo, ¡no sois unas traidoras antipatrióticas!), Qué gran mentira que hoy se describa el mayor logro humano como una catástrofe, un invierno, un suicidio demográfico.

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