Ucrania, a punto de romper aguas
Zelenski parece dispuesto a atacar más allá de donde le indica la prudencia de sus aliados
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Volodímir Zelenski sabe que no estaría en esta situación, soñando con una victoria que aún le queda lejos, si no fuera por el apoyo recibido desde Estados Unidos y el resto de aliados occidentales. Pero también sabe que esa ayuda implica una dependencia que le obliga a respetar los límites que le imponen desde fuera. El problema aparece cuando Kiev y Washington no tienen la misma visión sobre el tipo de armas con las que puede contar o sobre el tipo de objetivos rusos que puede batir con ellas.
Para EEUU la guerra sirve, sobre todo, para degradar a Rusia lo máximo posible, pero intentando no cruzar ninguna línea roja que pueda llevar a Putin a una situación desesperada que le impulse a emplear armas nucleares, lo que supondría entrar en un escenario indeseable. Para Ucrania, deseosa de recuperar su integridad territorial, el planteamiento central ahora mismo es el de la victoria, no el de la paz, y por tanto, es elemental pensar que está decidida a utilizar todos los medios a su alcance para lograrlo, incluyendo dotarse de medios para devolver los golpes que está recibiendo por la campaña de bombardeo sistemático de Moscú contra sus ciudadanos y las infraestructuras básicas.
El hecho de que Washington se resista a entregar armas que Kiev reclama insistentemente –incluyendo carros de combate y misiles de mayor alcance– está causando ya un choque de intereses difícil de ocultar. Kiev sabe, por ejemplo, que los lanzacohetes que le han suministrado tienen capacidad para lanzar ingenios de hasta 300 kilómetros de alcance, lo que le permitiría devolver los golpes recibidos, no solo contra la retaguardia de las unidades rusas de primera línea sino también contra bases logísticas más retrasadas y contra instalaciones militares más distantes de la frontera común. También cabe imaginar que ha recibido instrucciones claras de no atacar en profundidad a Rusia, toda vez que Putin tiene en sus manos bazas (armas nucleares incluidas) que todavía no ha empleado y que pueden volverse directamente no solo contra Ucrania, sino también contra intereses directos de Washington y de otras capitales occidentales.
Por eso, impulsado por sus propios cálculos, Zelenski parece dispuesto a romper aguas. Así lo demuestran los recientes ataques contra las bases Engels 2 (Saratov) –una de las tres que albergan los bombarderos estratégicos Tu-95– y Dyagilevo (Riazan), y contra objetivos militares en pleno territorio ruso, con material propio, precisamente para poder ir más allá de donde le indican sus aliados. Para ello, contando con una base industrial de defensa nada desdeñable, Kiev está ya echando mano de material tan antiguo como los drones de reconocimiento Tu-141, de fabricación soviética, reconvirtiéndolos en drones suicidas con una cabeza explosiva de 75 kilogramos y con capacidad para volar centenares de kilómetros a baja cota sorteando los sistemas de defensa antiaérea rusos. Eso significa que hoy Kiev comienza a contar con medios artilleros propios para batir objetivos tanto en Crimea y Melitópol como en la propia Rusia, y eso le da un apreciable margen de maniobra sin tener que pasar por ningún filtro externo.
Quizá por eso mismo, temerosa de perder el control sobre su aliado, la Administración Biden parece abrirse a la entrega de material más letal, como los avanzados sistemas de defensa antimisiles Patriot, aun sabiendo que, como acaba de reafirmar Moscú, serán considerados como objetivos legítimos en sus planes de ataque. Pronto veremos hasta dónde llega esta nueva dinámica.
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