La espiral de la libreta | Artículo de Olga Merino

Una sirena con alas, la libertad y los apegos

Sobre ‘La paz de los sueños felices’, de la escritora Carme Riera

'Ulises y las sirenas', de John William Waterhouse

'Ulises y las sirenas', de John William Waterhouse

Olga Merino

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Aguardo a que un familiar salga del médico, pensando en que la visita se está alargando en exceso. Estoy sola en la sala de espera del pequeño hospital, a mi aire. Solo se escuchan las voces amortiguadas de las enfermeras y el susurro de la máquina de ‘vending’. Patatas onduladas Ruffles, palmera de chocolate, ositos de goma. Café de calcetín. La luz entra ahora a raudales por el ventanal.  

El tiempo en los hospitales no transcurre, sino que repta atrapado en una gota de ámbar densa y amarilla. Por suerte, metí en el bolso un libro, el último de Carme Riera, ‘La paz de los sueños felices’ (Bruguera en castellano y Edicions 62 en catalán), con ilustraciones de Silja Goetz, que se presentó el miércoles en la biblioteca Francesca Bonnemaison. La imprescindible compañía de los libros.

El despertar de la sensualidad

Partiendo del cuento clásico ‘La doncella del mar’ o ‘La sirenita’, de Hans Christian Andersen, la escritora y académica explora el simbolismo de esas criaturas fabulosas por las que sintió fascinación desde niña, desde su infancia mallorquina jaspeada de ‘rondalles’ y leyendas de transmisión oral. La protagonista del relato no es una sirena con cola de pescado, a la manera de Hollywood y los dibujos de Disney, sino una sirena alada, igual que en la mitología de la Grecia clásica. Una sirena despojada de sus atribuciones maléficas, como ese canto que seduce, encadena, paraliza y arrastra a los navegantes hacia el naufragio y la muerte. Nise, la protagonista, no es una ‘femme fatale’ de las profundidades marinas, sino una adolescente que descubre su sensualidad y anhela tener brazos.

Qué deseamos las mujeres, ¿brazos o alas? Los brazos del hogar, la maternidad, el refugio y la calma. O las alas del viaje, la libertad, la aventura y el mar abierto. La gran contradicción. Conviven en nosotras las dos naturalezas.

Las hojas sobre la acera

Justo cuando paladeo el final de la lectura, el familiar a quien aguardo avanza por el pasillo con una sonrisa, el estandarte de buenas noticias. Nos largamos. Caminamos despacio para evitar un resbalón con las hojas de los almeces que la lluvia temprana derramó sobre la acera.

Nos sentamos en una plaza cercana a ordenar el lío de papeles. El banco de enfrente lo ocupan una anciana y su cuidadora latinoamericana; conversan a intervalos atravesados de silencios, como se charla cuando no hay mucho que contar. En un momento dado, la chica pasa el brazo sobre los hombros de la abuela y la atrae hacia sí con afecto. Un brazo enfundado en una parka marrón. Un brazo que quizá también fue un ala antigua, un ala protectora.

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