Opinión |
Artículo de Ernest Folch

Pedro Sánchez contra Marchena

Sánchez no solo está desmontando toda la sentencia del 'procés’: la gran novedad es que es el primer presidente que piensa que abordar el problema de Catalunya es el mejor instrumento para ganar las próximas elecciones y que ni se inmuta ante el histerismo patrio

El presidente Pedro Sánchez, en la Cumbre Euromediterránea

El presidente Pedro Sánchez, en la Cumbre Euromediterránea / JORGE GIL / EUROPA PRESS

Ernest Folch

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Mariano Rajoy popularizó una curiosa forma de gobernar según la cual la mejor manera de resolver los problemas es que se pudran: fue impecable para ganar todas las luchas intestinas de su partido pero resultó un desastre para crisis de Estado como la de Catalunya. En el otro extremo, Pedro Sánchez practica un método muy diferente, que consiste en viajar a toda prisa al centro del problema, aplicar una explosión parcial controlada y volver a la superficie rápidamente: se trata de que los aspavientos provocados por la deflagración queden rápidamente en el olvido, hasta la siguiente expedición. Lo hizo con los indultos y con la reforma de la sedición: pareció que España se hundía las primera 24 horas pero rápidamente incluso los que más vociferaban se dieron cuenta de que no es posible alargar una crisis, la que sea, más allá de una semana.

La última excursión exprés de Pedro Sánchez para reformar el delito de malversación tiene su inconfundible e intransferible sello: aprovechando el puente de la Purísima, el presidente ha lanzado un ataque por sorpresa, y quien sabe si el definitivo, para desactivar la represión judicial del 'procés' y del 1-O. Y es que el ‘pack’ triple de Pedro Sánchez (indultos, abolición de la sedición y reducción de la malversación) supone una feliz desautorización de la sentencia del Supremo, una humillación al juez Marchena y una especie de pseudoamnistía ‘de facto’ por la puerta de atrás. Pero se equivoca quien vea estos movimientos como una estrategia solamente para desinflamar el ‘procés’. Catalunya, para Sánchez, más que un objetivo se ha convertido en su instrumento para salvar el desvergonzado bloqueo al que el PP somete al CGPJ, y sobre todo su manera de contener a la extrema derecha judicial y advertirle que no podrá seguir secuestrando a la justicia. Se trata en definitiva de una guerra sin cuartel entre el reformismo y los que quieren preservar como sea el ‘statu quo’. De ahí las reacciones virulentas de la extrema derecha mediática, que en su habitual ejercicio de histerismo patrio ya habla de 'golpe de Estado' y de ‘autogolpe’, en un burdo paralelismo con el destituido Castillo en Perú, y el PP berrea esencialmente porque el presidente está comprando de hecho sus billetes hasta el fin de la legislatura, con unos presupuestos aprobados sin rechistar, y una plácida estabilidad parlamentaria.

En el PSOE, aparte de algún exabrupto aislado de Lambán que no le hace ni cosquillas, Sánchez ha logrado que los barones callen y solo deslicen su malestar fuera de micrófono y por debajo de la mesa. Es pues un movimiento con objetivos políticos, electorales e ideológicos, pero su aspecto más innovador es sin duda la velocidad. Después de los indultos y la sedición, la operación quirúrgica de la malversación es la tercera y definitiva, que además se dispone a hacer a toda prisa. Anestesia, bisturí y postoperatorio, todo antes de Navidad, para que en 2023 todos estos asuntos parezcan ya cosas de un pasado remoto, por mucho que ahora algunos se rasguen las vestiduras. Estamos solo en la primera fase de arreglar la represión y queda todavía abordar el verdadero problema de fondo que llevó al 1-O, pero la noticia es que por primera vez hay un presidente que piensa que abordar el problema de Catalunya no solo no será su tumba sino que le puede conducir a una victoria electoral. Ver para creer.

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