Agua corriente

El hombre y esa nube gris y espesa

Esta semana, la escritora Emma Riverola se pone en la piel de un hombre que vio la luz -o la oscuridad- durante la pandemia

Protesta de negacionistas contra las restricciones por la pandemia en el Arc de Triomf.

Protesta de negacionistas contra las restricciones por la pandemia en el Arc de Triomf. / Paco Freire/Europa Press

Emma Riverola

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No cree en nada. Lo vio claro durante la pandemia. Le cuesta recordar aquellos días, una nube espesa y gris se cierne sobre su memoria. Espesa y gris, exactamente. Son adjetivos tópicos, lo sabe, pero siente que se ajustan a la perfección. Gris como esas zonas de sombra con la suficiente luz para intuir o imaginar, pero sin matices ni límites. Espesa como esa niebla que los faros del coche apenas son capaces de rasgar. Así recuerda aquellos días, envueltos en dudas. El ulular constante de las ambulancias, las calles desiertas, las primeras mascarillas caseras, las etiquetas de la fruta que se enganchaban en los guantes de plástico… Lo peor era la sensación de engaño, las idas y venidas con las medidas. Que si China hace esto, Alemania lo otro. Y no respirar, sobre todo no respirar. 

No cree en nada. Se convenció en aquellos días. Necesitaba saber, y nadie tenía respuestas. Nadie de los que supuestamente entienden, claro. Esos que salían por la tele, con sus trajes y uniformes, con sus semblantes serios y sus voces graves. Una pantomima para simular que sabían lo que se llevaban entre manos. Y él allí, solo en su casa, con sus miedos y su perplejidad. Fue entonces cuando la nube espesa y gris se pobló de voces: todos son unos ineptos, resonaba en su cabeza. Te mienten, no les creas. A pesar del significado terrible, a pesar de la orfandad que le generaba, la contundencia del mensaje empezó a tranquilizarle. Una bofetada para volver en sí, para reaccionar, para tomar el control. Su control. 

Sí, al fin él sabía: le estaban engañando. Esos, los que se permitían decirle lo que podía o no podía hacer, los que le estaban condenando a ese aislamiento. Es así cómo le querían. A él, a todos, serviles ciegos, atemorizados. Empezó a bucear por las redes, a buscar respuestas en los márgenes del camino por donde circulan los borregos, y las encontró. Todo estaba allí, la explicación a cada uno de los males. De repente, las piezas encajaban. 

Frente a la ceguera de tantos, él empezó a entrever la luz en medio de la nube gris y espesa. Fueron días febriles. Sherlock Holmes resolviendo el enigma, el exorcista señalando al diablo, el ajedrecista anunciando jaque y mate. Él, el tipo aparentemente insignificante, el empleado obediente (también un poco gris y espeso), el hombre que no había tenido suerte en la vida había encontrado la puerta de los secretos. Ahora ya sabía, una élite corrupta tenía los mandos del mundo y él, ¡él!, estaba descubriendo sus nombres, comprendiendo sus engaños. Al fin empezaba a entender. El clarividente en un mundo de ciegos. 

El virus fue un invento de laboratorio para someter y debilitar a la humanidad. Igual que el sida fue creado por las farmacéuticas y diseminado con la ayuda de la CIA. O el hombre nunca pisó la luna y todo fue un montaje cinematográfico. ¡La exploración espacial es una impostura! Para que creamos en la superioridad científica, para que aceptemos engaños sin cuestionarlos. Si creemos que la Tierra es redonda -cuando es evidente que es plana- somos capaces de creernos cualquier cosa. Como, por ejemplo, que la vacuna es eso, una vacuna. Y no un medio de controlar a la población mundial a través de nanorrobots. La muerte sospechosa de algunos antivacunas famosos es una advertencia. Como la reciente de Kirstie Alley, por ejemplo. Ella, admiradora pública de Trump, había alertado del peligro. Hay un complot mundial para acallar las voces de la disidencia. QAnon ya ha advertido sobre ello. ¿Por qué nadie se atreve a denunciar que las luces navideñas de las calles son mensajes a los extraterrestres? ¿O que Obama es un humanoide reptiliano? ¿Y Pedro Sánchez?

Pero él ya no está en la nube gris y espesa. Ahora ya sabe quiénes son los auténticos amos del mundo. Esos que controlan gobiernos, banca, laboratorios y medios de comunicación. Un tumor, un fraude que debe extirparse. Por eso él se está preparando. Algún día será llamado a actuar, y lo hará. Por supuesto que lo hará. Porque, al fin, él ya sabe la verdad.