La espiral de la libreta

¿En qué momento empezará a 'desjoderse' el Perú?

Aun con una derecha serrucho, Pedro Castillo ha concatenado desatinos

El destituido presidente de Perú, Pedro Castillo.

El destituido presidente de Perú, Pedro Castillo. / REUTERS / SEBASTIAN CASTANEDA

Olga Merino

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Cuando un país fagocita a sus dirigentes como una ameba hambrienta, algo no marcha bien. Todos los expresidentes de Perú desde los años 90 están presos, procesados, en arresto domiciliario o esperando juicio (Alberto Fujimori, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Alejandro Toledo). El 17 de abril de 2019, Alan García se suicidó pegándose un tiro en la cabeza cuando la policía se disponía a irrumpir en su casa para arrestarlo por haber recibido sobornos de la empresa brasileña Odebrecht. Martín Vizcarra fue destituido por un presunto caso de corrupción y al trascender que tanto él como su esposa se habían vacunado contra el covid saltándose la cola de los prioritarios. Y ahora, un golpe para gobernar por decreto ha llevado a la cárcel a Pedro Castillo, al mismo penal donde cumple condena ‘El Chino’ Fujimori. 

Dice el presidente colombiano, Gustavo Petro, que a Castillo lo «arrinconaron» desde el primer momento por ser un humilde profesor rural, oriundo de la serranía, donde el racismo prevalece por los siglos de los siglos. Su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, que ha ofrecido asilo al líder peruano, achaca la crisis en el país andino a «los intereses de las élites económicas y políticas». Ambos tienen su parte de razón, pero obvian los desatinos del maestro desde que llegó a la presidencia, el 28 de julio de 2021.

Sombrero y lápiz

Ajeno al ‘establishment’ limeño, Pedro Castillo hizo campaña con su característico sombrero de palma blanco, típico de los campesinos norteños de Cajamarca, y armado de un lápiz amarillo enorme, con el que simbolizaba su apuesta por la educación y la reescritura de la historia. El discurso del izquierdista ‘outsider’, bajo el lema «No más pobres en un país rico», caló sobre todo entre la población rural marginada, en las aldeas empobrecidas de los Andes y la cuenca del Amazonas, aún más vapuleadas por la funesta gestión del covid y, ahora, por el encarecimiento de hidrocarburos y fertilizantes sobrevenido con la guerra. Aun así, Castillo ganó por la mínima (50,1% de los sufragios) frente a la candidata opositora, Keiko Fujimori, separados ambos por apenas 44.000 votos.

Por más que la derecha haya actuado en su contra como un serrucho, Carrillo ha ido encadenando tropiezos. Se quedó solo tras romper amarras con Perú Libre, el partido de Vladímir Cerrón, que lo aupó en su ascenso a la presidencia. Se rodeó de pésimos colaboradores. Ha sumado más de 80 ministros en 18 meses. Sus declaraciones en contra del matrimonio homosexual y el aborto lo alejaron del progresismo urbano. Y no supo esclarecer los indicios sobre su presunta corrupción. Con el golpe para impedir su la destitución, echó la última palada de tierra sobre su tumba. Así, no. Contra la megafragmentación, diálogo.

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