APUNTE

Cambio de piel de Luis Enrique

Luis Enrique, en el primer entrenamiento de la selección española en Doha.

Luis Enrique, en el primer entrenamiento de la selección española en Doha. / Efe

Juan Cruz

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Este cambio de piel de Luis Enrique es una saludable sacudida a la solemnidad estúpida en la que se ha envuelto el fútbol contemporáneo. Frente a las discusiones, de graderío y de prensa, que han disminuido tanto, el entrenador y seleccionador de la Roja se ha envuelto en un sentido del humor que resulta de una mezcla de asturiano y cheli con el que ha afrontado los lugares comunes que tanto gustaban a sus críticos.

Esos críticos habían dibujado un carácter al que poderle disparar mejor. Su modo de hablar, circunspecto y duro, enrabietado, que venía precisamente de las invectivas que recibía, ha variado en sustancia, en dicción e incluso en pensamiento. Se ha inventado un aparato de propaganda propia, contradictorio con esas solemnidades. Se ha dedicado a convocar a los jóvenes que arriban a manadas a Twitch y ha conseguido audiencias extraordinarias que, de momento, desmienten la soledad del entrenador que habitualmente come solo en su camarote. Como decía Jesús de la Serna, de los grandes periodistas españoles, que comían los directores de periódicos: solos en su camarote.

Este Luis Enrique no es nuevo, como saben quienes fueron jugadores con él y como aseguran los amigos de su larga historia de sus comparecencias deportivas. Al lado de los desdenes que lleva sufridos a lo largo de los años, resulta estimulante escuchar a gente, como Juan Carlos Unzúe, que ha vivido épocas especialmente tensas del que fue jugador de Madrid y Barça y, después, entrenador de este último. El prestigio personal que ha logrado Unzúe desequilibra las habituales arremetidas que, sin otro argumento que el tópico, sitúan al seleccionador como un hombre sin humor y, lo que es peor, sin argumentos.

Más popular

Y no es que Luis Enrique haya cambiado, ni que las circunstancias sean otras, sino que él le ha hado a su personalidad el toque inesperado que, por otra parte, otros amigos suyos ya conocían. Lo hemos dicho aquí hace una semana, antes de que él se instalara el Twitch, y el dichoso Twitch lo ha venido a corroborar. Es un hombre al que lo atrae el genio de la gente, le apasiona ver a jóvenes ganar posiciones en el seleccionado, no les reprocha defectos de origen, al contrario, elogia sus procedencias, los cuida con el mimo que hace años desplegaba don Vicente del Bosque, y ha conseguido un equipo de equilibrios inesperados.

Y, además, miren por donde, ahora cae simpático. Aquel al que esperaban con la daga en la boca los descontentos habituales es en este momento más popular que sus propios futbolistas, a los que lleva también a responder con la gallardía y con la alegría que produce, sin duda, formar parte de la selección. A los caídos, como Gayá, los trata con la deferencia debida, y a los que suben al carro, como Balde, los recibe con las cautelas debidas al que va creciendo. Le coloca a Gavi el número 9 y cuando ha de hablar de Pedri y de los más jóvenes no lo hace con paternalismo sino con palabras que tienen que ver con el aprendizaje de los que vienen a hacer que la selección sea mucho más que un club…

Su referencia cariñosa a la vez que desmitificadora de su amigo Amunike, insultado a la vez que lo insultaban a él, es una de sus ocurrencias más celebradas. Los que nunca le pidieron perdón por haber dejado que esa estupidez racista se abriera camino en los estadios estarán ahora buscando donde esconder su cabeza de chorlitos. Logró esa pequeña hazaña Luis Enrique con un golpe de tacón, levemente elevada la ocurrencia por encima de la cabeza de quienes no esperaban que el seleccionador también tuviera la coña a punto.

Ha cambiado de piel Luis Enrique. Que se preparen.  

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