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Trump pierde fuelle pero sigue vivo

El expresidente de EEUU Donald Trump, durante un mitin en Dayton, Ohio, este lunes.

El expresidente de EEUU Donald Trump, durante un mitin en Dayton, Ohio, este lunes. / GAELEN MORSE

Albert Sáez

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La política norteamericana es demasiado compleja para que la podamos entender desde este lado del Atlántico. En general, Europa -desde la izquierda pero también desde la derecha convencionales- siente más proximidad con los presidentes y los candidatos demócratas. Reagan, los Bush y, no hay ni que decirlo, Trump generan una animadversión que hace incluso que se cuestione, desde las tribunas europeas, la cordura de los votantes que los encumbran. A Trump hay que aceptarlo como la libre opción de los votantes siempre que Trump acepte las reglas del juego, cosa que no siempre hace cuando el resultado le es adverso.

Las elecciones de mitad de mandato presidencial no han sido tan malas para Biden como pronosticaban las encuestas ni tan buenas para Trump. El Senado se mueve en un empate técnico, con lo que las leyes quedarán en manos de los independientes. Y la Cámara de Representantes tendrá una mayoría republicana no abrumadora. Cierto es que el trumpismo ya es hegemónico en las filas del Partido Republicano. Ese dato no es menor porque, aunque el expresidente no opte de nuevo a la reelección, la alternativa puede ser igual de terrorífica desde el punto de vista de la estabilidad institucional.

Como pasa en los casos de Bolsonaro o de Meloni, el debate no debería ser por qué los votantes toman decisiones supuestamente equivocadas sino por qué este tipo de candidatos conectan con los electores de manera tan masiva hasta el punto de llegar a ser mayoritaria. Como en el caso de los medios informativos respecto de las redes sociales, la pregunta es por qué los usuarios o los electores no notan la diferencia entre el original y el sucedáneo. Quizás porque el original no tiene la calidad que pregona. Para entender a Trump hay que fijarse en esa plutocracia de Washington que, demasiadas veces, ha mirado la política como un mero juego de intereses olvidándose de los principios. Bien es cierto que cuando a los puros les toca gobernar, les pasa como a Meloni, que ahora ha descubierto que las leyes internacionales hay que cumplirlas o cambiarlas pero que es imposible saltárselas. La política es una lucha titánica entre los intereses y los principios y un exceso de cualquiera de los componentes es letal. Incluso para un cínico como Trump. 

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