La campaña militar (71) | Artículo de Jesús A. Núñez Villaverde

Rusia se apunta a las amenazas increíbles

Moscú insiste cada vez más en un viejo juego que consiste en anunciar que el enemigo va a hacer algo brutal solo para dotarse de supuestas razones que le “obligarían” a responder militarmente

Putin supervisa los ejercicios de simulacro nuclear

Putin supervisa los ejercicios de simulacro nuclear / Reuters

Jesús A. Núñez Villaverde

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A falta de buenas noticias en el campo de batalla para seguir alimentado su forzado optimismo gubernamental, Moscú opta cada vez más por inflar su discurso con bravatas y amenazas de todo punto increíbles.

Resulta difícil tomar en serio que todo un Consejo Nacional de Seguridad de una potencia como Rusia haya adoptado una decisión que establece como tarea a realizar por sus fuerzas armadas la “desatanización” de Ucrania. Si ya en el arranque de la invasión mencionaba la desnazificación de un país que tenía un presidente judío y en el que se quería hacer pasar por nazis a nacionalistas que habían decidido defender su independencia, ahora se pretende convencer a propios y a extraños de que ese país está controlado por centenares de sectas satánicas. Moscú pretende jugar con la memoria histórica, reverdeciendo el relevante papel que las tropas soviéticas jugaron en la derrota de Hitler, mostrándose como el único capaz de asumir una misión a la que inmediatamente se han apuntado personajes tan notorios como el checheno Ramzan Kadírov y el patriarca de la iglesia ortodoxa, Kirill.

Pero no se agotan ahí los despropósitos porque Rusia insiste cada vez más en un viejo juego que consiste básicamente en anunciar que el enemigo va a hacer algo brutal -como reventar los seis reactores nucleares de la central de Zaporiyia o lanzar una “bomba sucia” en el territorio ucraniano ocupado por las tropas rusas-, con el único propósito de dotarse de supuestas razones que le “obligarían” a responder militarmente para defender a quienes ahora califica de rusos anexionados.

Además de las enormes dificultades para ocultar la verdadera autoría de cualquiera de esas acciones en un mundo plagado de ojos y oídos por doquier, conviene, como ha hecho de inmediato Kiev, recabar la colaboración de la AIEA para despejar toda sospecha de que Ucrania pudiera estar preparando ese tipo de monstruosidades y desbaratar así el guion ruso que busca increíblemente presentarse como agredido. Ahora mismo Ucrania, que sigue obligando a retroceder a sus enemigos tanto en Jersón como en el Donbás, no necesita recurrir a unas acciones tan desesperadas que, por un lado, no le añadirían nada en términos militares y, por otro, le acarrearían duras protestas y reveses desde sus actuales aliados occidentales. Es en todo caso Rusia, agobiada por el negativo rumbo de su “operación militar especial”, quien podría estar más interesada en llevar a cabo ese tipo de ataques de falsa bandera para poder provocar un salto cualitativo en la guerra que pudiera desembocar incluso en el empleo de armas nucleares.

En ese contexto cabe también referirse a la amenaza rusa de reventar la presa de Nova Kajovka, cerca de la ciudad de Jersón. Es cierto que en un primer momento podría provocar una considerable catástrofe para unas ochenta localidades ubicadas aguas abajo. Pero de inmediato queda de manifiesto que eso supondría un enorme problema para los 2,4 millones de habitantes de Crimea, dado que ese embalse es el principal proveedor de agua a la península. Además, solo tendría sentido en el caso de que Moscú decida una retirada completa de todas las tropas desplegadas en la orilla derecha del río Dniéper, buscando que la inundación sirva de protección a esa operación para dificultar el avance ucraniano. Un escenario que, en realidad, contrasta abiertamente con la acumulación de medios que está realizando Moscú en la misma ciudad de Jersón, previsiblemente para hacerse fuerte en sus calles y no ceder más terreno.

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