La campaña militar (70) | Artículo de Jesús A. Núñez Villaverde

Rusia no logra esconder sus debilidades

Moscú muestra una creciente desesperación con medidas que no le van a servir para dar un vuelco a la situación sobre el terreno

Un camión transporta a soldados en la carretera entre Krivyi Rih y Dnipro, poblaciones ucranianas recuperadas de manos rusas.

Un camión transporta a soldados en la carretera entre Krivyi Rih y Dnipro, poblaciones ucranianas recuperadas de manos rusas. / Ricardo Mir de Francia

Jesús A. Núñez Villaverde

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A estas alturas, y aun asumiendo que la niebla de la guerra impide saber con precisión lo que está ocurriendo en cada rincón del campo de batalla, disponemos de suficiente información como para concluir que las cosas no le están yendo bien a Rusia. Para quien se encuentra en una situación como esa es previsible que, en el marco de la guerra de propaganda que ambos bandos practican, trate de ocultar los contratiempos y la debilidad real con gestos o acciones que pretenden convencer a propios y extraños de una aparente fortaleza.

Así hay que entender, por ejemplo, la declaración rusa de la ley marcial en las cuatro regiones que recientemente se ha anexionado. En términos prácticos apenas supone nada muy distinto a lo que ya sufre la población de esas zonas, aunque es cierto que la medida otorga aún más protagonismo a los mandos militares sobre el terreno para tratar de anular violentamente la actividad de los partisanos locales, expropiar recursos de todo tipo con el consabido argumento de las necesidades de defensa o acelerar el reclutamiento obligatorio de quienes ahora figuran como ciudadanos rusos. Pero nada de eso puede esconder que Moscú ni siquiera controla ese territorio en su totalidad ni que la medida no le permite revertir la pérdida de terreno ante el empuje ucraniano.

Lo mismo cabe decir de la decisión de evacuar a unos 50-60.000 civiles de Jersón. La ejecución de esa medida se presenta artificiosamente como un gesto protector que busca librar a los locales del peligro de que Kiev decida realizar ataques indiscriminados contra ellos. La realidad, sin embargo, es que Rusia ya da por prácticamente perdido el control de la zona occidental de ese ‘oblast’ y lo que busca es vaciarlo de civiles, convirtiéndolo así en terreno libre de restricciones para el combate, lo que también le facilita la tarea a sus propias tropas de ocupación para desarrollar la defensa hasta el río Dniéper.

No es mejor la imagen que se extrae de la utilización de misiles y drones iranís por parte de Moscú. Se entiende que, negando que algo así esté sucediendo, Rusia busca aparentar una capacidad de fabricación de ese armamento que, en realidad, ya no posee. Hay suficientes pruebas de la utilización de drones suicidas iranís Shahed 136, a los que simplemente Moscú ha renombrado como Geran-2, intentando hacerlos pasar por productos nacionales. La cruda realidad es que, como efecto acumulado de las sanciones, Rusia está empezando a tener considerables problemas para fabricar material y armamento sofisticado, en la medida en que depende de componentes de origen extranjero que ya no llegan a sus manos.

Por último, la creciente oleada de ataques indiscriminados contra civiles –con artillería, drones y aviones de diverso tipo– tampoco cambia el panorama. Tal como se sigue comprobando a diario, ese castigo no le está sirviendo para desmoralizar a la población ni a las fuerzas armadas ucranianas. Por el contrario, le acarrea a Rusia una renovada crítica por sus crímenes y, además, supone un empleo ineficiente de sus reducidos arsenales, cuando su capacidad de reposición para atender a futuras etapas de una guerra que apunta a su prolongación ‘sine die’ está siendo ya muy limitada.

En definitiva, Rusia sigue mostrando tanto su desprecio por el derecho internacional humanitario como su creciente desesperación con una invasión que en su momento creyó que sería un paseo militar. Y ninguna de las medidas citadas le va a servir para dar un vuelco a la situación sobre el terreno.

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