APUNTE

Falta equipo y esta es otra afición

Frenkie de Jong pelea con Gnabry en el Barça-Bayern del Camp Nou.

Frenkie de Jong pelea con Gnabry en el Barça-Bayern del Camp Nou. / Jordi Cotrina

Albert Guasch

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Hay que compadecer un poco a Robert Lewandowski. Cuántas palmaditas en la espalda debió encajar ayer de sus excompañeros del Bayern. «Ánimo, Robert». ¿Cuántas veces pudo escucharlo? Y Robert, encogiéndose de hombros y sonriendo amargamente. Ellos, a octavos y él, a jugar los jueves, que no es día para tiburones, según la nomenclatura de Mourinho. El Barça es aún más pececito que escualo, pero Lewandowski sí es un bicho de colmillos letales. Fijo que no es lo que se esperaba cuando le convencieron de venirse aquí.   

Han sido 200 millones de euros invertidos, que no es una cifra modesta. Cabía prever un recorrido un poco más largo y satisfactorio en la Champions. No ha sucedido. Ni siquiera se ha llegado al 2023. Un chasco gordo. El certificado de defunción estaba ya redactado desde hace días y había que ser muy optimista, envidiablemente optimista, para creer que el Viktoria podía impedir la firma del Inter. 

Muy blando

El Barça mereció más en Múnich y la labor arbitral en Milán casi justificaba una visita a grito pelado a la sala del VAR, pero no se puede olvidar, como hizo Mateu Alemany en su flojo análisis sobre la eliminación, que el equipo fue incapaz de doblegar al Inter en el Camp Nou. La realidad es que por segundo año no ha estado el Barça de Xavi a la altura de una competición tan exigente e inmisericorde. Aún es tierno como el pan de la mañana. 

Ni siquiera pudo convencerse a sí mismo de que el Bayern, este miércoles repleto de suplentes, está a tiro de piedra, que evidentemente no lo está. En realidad está a dos o tres planetas de distancia. El proceso de reconstrucción, pues, como el show, debe continuar. 

Y en esta reconstrucción puede el club, el técnico y los jugadores contar con el respaldo de los aficionados barcelonistas, cuya transformación de espíritu resulta asombrosa. Lo tenía todo el día para desertar. O para peregrinar con el aire mustio de la decepción. Nada de eso. Más de 84.000 personas con el ánimo brioso se plantaron en el coliseo azulgrana, como si nadie les hubiera informado de que en juego no había nada más que un dinero y el orgullito. 

Es una suerte inmensa para el banquillo y el palco. En otros tiempos, el sentido de la exigencia malhumorada que siempre ha caracterizado a la grada del Camp Nou habría derivado posiblemente en un abucheo de consideración. Nada de eso se oyó. Las únicas protestas, dirigidas contra la UEFA, que con algo había que desfogarse. Quizá ha habido un cambio generacional, quizá el ‘avi’ ha prestado el carnet al nieto. Algo ha pasado.

La gente tendrá la Europa League para seguir soplando a favor. Volveremos a escuchar que hay que ir a por un torneo que falta en el museo. No sería un mal aliciente emparejarse con la Roma de Mourinho y tratar de devorarla, convertir la soberbia del luso en carne picada. Como hace siempre el Bayern con el Barça. Pero para reto tan ambicioso, le faltan muchos dientes por crecer. No es el Barça un tiburón, aún no.

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