Ágora | Artículo de Eloi Badia

¿El fin de la abundancia para quién?

Si aprovechamos las circunstancias para consumar una transición energética justa y necesaria, el fin de la abundancia no tiene por qué ser tan traumático como uno podría esperar. Es tan sencillo como limitar los beneficios vinculados a un sector tan estratégico como la energía

La electricidad caerá hoy hasta 80,5 euros/MWh, su precio más bajo del año

La electricidad caerá hoy hasta 80,5 euros/MWh, su precio más bajo del año / EFE/Luis Millán

Eloi Badia Casas

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Ante la subida continuada de los precios de la energía, la escasez de algunos recursos y la expectativa de un invierno muy duro en Europa, hace unas semanas el primer ministro francés, Emmanuel Macron, decretó “el fin de la abundancia”. Ante esta afirmación, hay que preguntarnos exactamente quiénes eran los que vivían en esa abundancia hasta ahora.

El pasado mes de mayo, en apenas cinco meses, la Unión Europea ya había consumido todos los recursos naturales de que disponía para 2022, y pasamos a depender de la llegada de materias primas del exterior. Un hito de consumo que se adelanta más cada año.

Ante esta crisis de materiales, no es de extrañar que en Europa se hable al fin sin tapujos de reducción del consumo, que se fomente la reutilización y se fijen altos porcentajes de reciclaje de todos los materiales. Donde antes veíamos residuos inútiles, ahora encontramos una valiosa fuente de recursos. Las famosas 3R (Reducir, Reutilizar y Reciclar) que durante años asociábamos únicamente a una lógica ecologista, se entienden ahora como pilares de la economía y la geopolítica del futuro.

En paralelo a este giro del discurso, asistimos a la especulación con el gas a nivel mundial y sufrimos la dramática escalada de su precio. Ante la previsión de escasez, los mercados responden con lógicas especulativas devastadoras. Creo que podemos afirmar ya que los precios de la electricidad suponen la mayor crisis de la economía productiva y la economía doméstica de los últimos 10 años, por lo que Alemania acaba de anunciar un plan de 200.000 millones de euros para pagar recibos y proteger su tejido empresarial.

Mientras tanto, en Catalunya vemos cómo la falta de inversiones y la parálisis absoluta de los últimos años tienen un impacto capital para la economía del país. Vamos tarde y seguimos parados. Hasta hace dos días pensábamos todavía que la apuesta por las energías renovables, que reducen el coste de producción y la dependencia del exterior, eran una política meramente ecologista, pero ahora se revela como una política económica de primer orden.

A todo esto se suma un sistema de fijación de precios de la electricidad que ha entrado en quiebra. En los últimos 10 años, el precio medio del kilovatio se situaba en 47 euros. Después de haber sufrido picos de 500 euros, acordamos poner un tope en 200. Es decir, aunque la producción de la energía cueste prácticamente lo mismo que el pasado año, la pagamos cuatro veces más cara, lo que ha disparado en 200.000 millones de euros los beneficios de las grandes eléctricas de Europa según las estimaciones de la Agencia Internacional de la Energía.

Ursula von der Leyen no ha dudado en exigir un control sobre las ganancias de las grandes compañías eléctricas y fiscalizar sus beneficios caídos del cielo, totalmente obscenos. Unas conclusiones a las que ya habíamos llegado meses antes en el sur del continente, pero la medida estrella ha sido la creación de un impuesto temporal para recaudar 140.000 millones de euros de las eléctricas. Este dinero, desgraciadamente, se destinará a pagar sus propias facturas hinchadas. Una medida similar a la del Gobierno alemán. Afortunadamente, empezamos a oír también voces discrepantes: estas medidas no atacan la raíz del problema sino que consolidan la especulación. Lo que hace falta es reducir los precios, dar la vuelta al modelo energético, no pagar la fiesta de unos pocos.

Si aprovechamos las circunstancias para consumar una transición energética justa y necesaria, el fin de la abundancia no tiene por qué ser tan traumático como uno podría esperar. Es tan sencillo como limitar los beneficios –abundantes– vinculados a un sector tan estratégico como la energía. No hace falta que pierda nadie, reinvertimos los beneficios caídos del cielo en ayudas a miles de empresas para poder sacar adelante su actividad económica y a millones de familias para pagar el recibo de fin de mes. No podemos llegar al invierno sin haber regulado y protegido la economía, sin poner fin a la abundancia especulativa.

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