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El Liceu y la Barcelona del futuro
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
El Liceu fue en su momento el santuario de la burguesía catalana. Allí lucían a sus esposas mientras aprovechaban los entreactos para cenar con las queridas en el vecino Quo Vadis, un restaurante tan laberíntico que era posible entrar y salir sin ser visto con tanta discreción como en el famoso prostíbulo La Casita Blanca de Gràcia. El Liceu ha seguido el pulso de la ciudad y tras su incendio renació gracias a la colaboración público-privada. Las administraciones saben perfectamente que Barcelona no sería Barcelona sin el Liceu. Las empresas privadas han ido alejando sus centros de decisión de la Rambla de Barcelona y siguen ayudando, pero con menos convicción. De manera que el patrocinio de la institución se ha adaptado al tejido industrial del siglo XXI, atrayendo a pimes y a algunos unicornios locales además de volver como en sus inicios a los benefactores individuales. El Liceu ha conseguido evitar convertirse en el templo de la Barcelona decadente. Y aspira a ser la nueva casa de los emergentes. Para ello, es imprescindible entender la sociedad actual y vertebrarse con ella, como hizo desde su fundación.
El estreno de la ópera La gata perduda sintetiza el Liceu de hoy que se prepara para mañana. Podríamos decir que es una wikiopera puesto que es el resultado de cuatro años de trabajo comunitario en el que han participado 1.000 personas del barrio del teatro, el Raval. No es, pues, una operación de postureo. Hay sangre , sudor y lágrimas. Este tipo de ejercicio, y otros que preparan, tienen además la virtud de acercar la ópera a los que no la conocen. El Liceu sabe que tiene que ayudar a fabricar a su público futuro, porque el que tiene acabará extinguiéndose por motivos biológicos, pero también sociológicos. La ópera no es fácil. De manera que no es elitista solo por el precio. Pero entrar en el mundo de la ópera es sumergirse en un espectáculo multimedia avant la lettre, donde la música, el teatro y las artes plásticas confluyen para explicar al ser humano y todas sus tribulaciones. Y de eso, la gente del Raval sabe tanto o más que aquellos burgueses que quedaron estupefactos cuando les pusieron una bomba. El Liceu, lejos de sumarse al coro de llorones por la Barcelona que fue, se pone en marcha para construir y conectar la Barcelona que será. Y mientras el Teatro Real sigue en la inopia de los mercados regulados.
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