La revolución del desánimo
Cada independentista lleva este ‘procés’ de carácter terminal como puede. Muchos ya andan en otras cosas
Carme Forcadell fue silbada y abucheada en el pretendido acto unitario para conmemorar el quinto aniversario del 1-O. “¡Traidora!”, le gritaban. A ella. A la mujer condenada por el Tribunal Supremo, la que pasó más de tres años en prisión, la que clama ahora por olvidar los reproches y “trabajar juntos por una nueva oportunidad”. Por el contrario, Carles Puigdemont, el político que mintió sin vergüenza, el que se refugió en Waterloo, recogió el entusiasmo de los miles de congregados. Su discurso quiere ser pétreo: el referéndum ya se hizo y al Govern le toca llevar a la práctica su mandato. Si no lo hace, el Consell per la República debe liderar la acción. Es decir, él. La misma propuesta que Junts ofreció a ERC. Épica para conseguir el santo grial: el mando de la hegemonía independentista.
El quinto aniversario del 1-O llegó y pasó. Los grupos de Whatsapp ya no se inundaron de mensajes ni de ‘estelades’. Ya hace mucho que las banderas empezaron a desaparecer de los balcones. Quedan algunas: resistencia, descuido o nostalgia. Ahora, el tema es la posible quiebra del Govern. También la de Junts. Se habla de sus dos almas: la pragmática o la heroica (el cinismo y el sectarismo serían los posos de ambas). Aunque quizá no sean más que el cuerpo y el alma de una misma entidad. La que gobernó durante décadas, la que huele el aire y se adapta al soplo del viento. Piel de camaleón. ¿Hasta dónde será capaz de llegar en plena época de recesión democrática?
Cada independentista lleva este ‘procés’ de carácter terminal como puede. Negación, ira, negociación, depresión y aceptación, dicen los cánones del duelo. Algunos viven anclados en la primera y segunda fases. Muchos ya andan en otras cosas. A su superación contribuye esa nube -más bien galaxia- de opinadores y presuntos periodistas que negaron las dudas, jalearon las movilizaciones y fueron cómplices de unos políticos incapaces. Hoy se esfuerzan por enfriar los rescoldos. Incluso se animan a glosar a los socialistas catalanes, después de haberlos señalado con el estigma del traidor.
Pero el espectáculo penoso de estos días no oculta otras vergüenzas democráticas: un sistema judicial que sigue empeñado en marcar la política española y unos abusos policiales que, cinco años después, no han sido reparados. Durante la última década, muchos catalanes han desconectado de España, también muchos otros han desconectado de Catalunya. Un desdén hacia las instituciones. Una quiebra en los afectos. Heridas que hacen más hondo el desánimo colectivo.
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