Golpe franco

En busca del Barça en Manhattan

Un taxi en Nueva York.

Un taxi en Nueva York.

Juan Cruz

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Cuando viví en Inglaterra y quería ver jugar al Barça, en los tiempos en que a los ingleses les importaba un pito el fútbol español, me sometí a la humillación de mendigar en lugares que, teniendo televisión, sólo veían sus propios partidos, en una época en que para mi carecía de interés su griterío. Nunca había buscado al Barça en Nueva York, y esta mañana de sábado, teniendo en cuenta el compromiso que adquirí al aceptar la generosa posibilidad de escribir aquí vestido de azulgrana, me lancé a la calle en busca de destinos menos oscuros que en Inglaterra, porque estaban señaladas sus direcciones en Google y, además, porque Albert Guasch me envió por wasap una de las mejores posibilidades. Él veía en esta ciudad a su equipo, a nuestro equipo, con una caterva de culés que, imagino, reirían y llorarían sucesivamente, pues nuestro equipo nunca ha sido del todo feliz. Ni cuando fue feliz.

La primera posibilidad de encontrar un lugar adecuado para ver el fútbol que ahora tiene el sello de Xavi Hernández era a muchos kilómetros a las afueras de Manhattan, donde habito estos días. Los recepcionistas del hotel (un Riu, mallorquín, como el equipo al que nos íbamos a enfrentar) me dijeron eso que dicen los recepcionistas: es a la derecha y luego otra vez a la derecha y finalmente a la izquierda tuerce usted a la derecha. Dicho, por cierto, con el acento cubano, una procedencia que sólo autoriza a hablar de béisbol. Hice ese recorrido y no tuve éxito, como era de esperar, así que me arriesgué a buscar en internet. 

Encontré un lugar muy atrayente, de nombre Beckett, que por cierto está junto a otro que se llama Ulyses, como la novela que marcó la historia de la literatura mundial, obra de James Joyce, cuyo amigo más querido fue alguien llamado Samuel Beckett, precisamente, el autor de 'Esperando a Godot?.

Entre Beckett y Godot

En el trayecto me aconsejó Guasch, por escrito otra dirección en la que él y sus amigos de Nueva York, como ya dije, veían ganar, o perder, al Barcelona. Deseché esa posibilidad, pues, como dice el viejísimo chiste catalán, 'la nostra es més maca'. Al llegar al local marcado por Google como abierto me di cuenta, ya fuera de un taxi conducido por un bengalí que sabe menos inglés que español saben sus paisanos, también taxistas, en Barcelona, que aquel hombre no me estaba llevando a Beckett, me estaba llevando a Godot. ¿Qué hacer, si el partido ya está en juego, si me lo voy a perder, si sólo podré hablar de él de oídas, por la radio, por lo que me digan mi nieto y mis sobrinos, todos ellos madridistas? Tomé, pues, otro taxi que me llevara a la dirección que me había indicado Guasch. 

Este taxista que me llevó tiene 48 años, se parece a Patrick Kluivert, es de Ghana, conoce perfectamente (y admira) a Xavi, tiene nostalgia de Messi, cree (como yo) que Pedri es un genio, y no se pierde ni una de las anécdotas del equipo al menos desde que éste fue entrenado por los holandeses Cruyff, Rijkaard y Koeman, sobre el que me preguntó: “¿Lo echaron porque era antipático?”. Lo echaron porque no ganaba al frente de un equipo que, por otra parte, no estaba hecho para ganar. 

En el transcurso de la conversación en taxi tuve la idea de ver de nuevo a qué hora (española) empezaba el Mallorca-Barça. A las nueve de la noche, las tres en Nueva York. ¡Y yo qué hago pisando todo Manhattan si a esta hora no hay partido! Y aquí estoy, en el Riu, riéndome de mi mismo igual que hará, riéndose de mi, Albert Guasch. Del partido escribirán otros más avispados.

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