GOLPE FRANCO

Pedri en la senda del ocho

Pedri, en un partido del Barça.

Pedri, en un partido del Barça.

Juan Cruz

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Se fue Dani Alves, al que nunca olvidaremos, y se queda Pedri con su número, el inolvidable 8 que fue de Iniesta. Si hay un futbolista que haya hecho leyenda en el Barcelona y en la selección nacional, ese ha sido Iniesta, y si hay alguien que prometa lo mismo en esta década del Barcelona es el muchacho de Tegueste, que a partir de ahora tendrá la responsabilidad de generar, como el manchego, la nueva manera de ser del equipo. Tiene a Ansu Fati cerca. Verlos jugar juntos, y con el compás que ya se les conoce, abre un mundo que hasta ahora no habíamos contemplado sino a ratos, hambrientos como estamos de la alegría de ganar o, al menos, de la voluntad de no hacer el ridículo. Ansu-Pedri. El sueño es oírles nombrar como consecuencia de la alegría de haberles visto marcar.

Ese 8 que estará a la espalda de Pedri, hijo de aficionados leales al Barcelona de todas las épocas, no es un número que el azar haya escogido para que lo llevara cualquiera. Pedri lo merece, lo usará bien, lo dejará en alto, ojalá que como Iniesta. Ese número, como el 10 de Ansu, es la consecuencia de una selección minuciosa en la que han intervenido también los factores de la historia. Ansu es el 10, que le correspondió a Messi hasta que éste se fue envuelto en lágrimas, y Pedri es el 8. Se fueron antes Xavi, que era el 6, e Iniesta, y el Barça se quedó tiritando, hasta que el equipo perdió al 10 argentino, y parecía que se acababa el mundo. En cierto modo se acabó, pero todo es provisional ahora, en la triste era de la cibermemoria, y cualquier cosa que sucede y que parece grave o definitiva se aleja merced al griterío de las redes y de las novedades…

Esperanza rejuvenecida

Se fueron Iniesta y Xavi y parecía que todo se iba a desmoronar, y se desmoronó, y luego se fue Messi y parecía que los reinos barcelonistas se iban a diluir, y se diluyeron. No hay profeta más potente que la realidad, y la realidad azulgrana ha ido rompiendo los nudillos de la ilusión barcelonista, temporada a temporada, hasta que suenen clarines nuevos que son, ojalá, los que ahora interpreten esos dos números nuevos, el de Ansu y el de Pedri, separados por cierto por un nueve (el de Depay, quizá), que en los últimos años no ha podido sostener ninguna leyenda como aquella del Evaristo que pasó por el Camp Nou, eliminó de un cabezazo al Real Madrid y luego se fue, traspasado, al Real Madrid…

Ahora la esperanza está rejuvenecida, pues esos dos muchachos a los que han colgado semejantes escudos, el 8 y el 10, ingresan con responsabilidades inéditas en gente tan prometedora siendo aún tan jóvenes. Fati es quizá el futbolista más resolutivo del Barça de esta época, a pesar de que es evidente que no ha ejercido hasta ahora un encargo contundente. Pero en su manera de ser (y de sonreír) asoma una manera de jugar que se asemeja al colega que lleva el 8.

Pedri genera juego, mira de lejos; Fati tiene en sus pies los ojos, dispara como si ya lo hubiera ensayado, no duda, igual que Pedri, que también sabe que donde pone el ojo pone la bala. De ambos se puede esperar la alegría del gol, que ya ha ensayado el isleño con la gallardía de los futbolistas alegres. Ganarán, la verdad es que ya han ganado. Sin ellos el color azulgrana sería ahora un color desleído, y esos números, el 8, el 10, una nostalgia sin relleno. Vivimos otra época gracias a esos muchachos y a la metáfora que llevan dentro los números que ahora son suyos. 

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