Tribuna

Inversiones en Catalunya: el silencio cómplice

Existe un gran abismo entre sentirse español y permitir que, en nombre de España, te levanten descaradamente la camisa

Aglomeraciones en el primer laborable del corte de la R-2 Nord y la R-11 de Rodalies en Sant Andreu

Aglomeraciones en el primer laborable del corte de la R-2 Nord y la R-11 de Rodalies en Sant Andreu / FERRAN NADEU

Pilar Rahola

Pilar Rahola

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hay dos verdades en el conflicto Catalunya/España. Una, que quienes defendemos la independencia tenemos motivos sobrados para considerarla la mejor opción, desde razones económicas y políticas hasta identitarias. Como diría Sabina, "nos sobran los motivos", y por eso la negación de estos motivos fue lo primero que se activó a la hora de hacer el relato a la contra. La otra verdad, a la inversa: quienes están en contra de la independencia también acumulan motivos de todo tipo. Si en este país hubiéramos podido hacer un debate sereno sobre el conflicto, sin el perverso histerismo que lo ha secuestrado, habría sido una esgrima dialéctica de enorme interés social. Pero no hace falta recordar cómo han ido las cosas: negar el derecho a un referendo implicaba negar las razones que sustentaban la petición, de modo que solo había espacio para la demonización de los argumentos y la criminalización de los protagonistas. Y así hemos llegado a la penosa situación actual, con el debate cuarteado en islas herméticas, sin puentes por los que transiten las palabras.

Sin embargo, más allá de la cuestión dependencia-independencia, que segmenta la opinión pública, hay un aspecto de la realidad catalana que debería presentar batalla con más contundencia que las simples declaraciones que hacen unos y otros. En resumen, es comprensible que una parte de la ciudadanía quiera mantenerse en España, o se sienta cómodamente española, pero es incomprensible que sentirse español implique aceptar los agravios del Estado español a los intereses catalanes. Y en este punto, los datos son tan inapelables que incluso los hacen suyos las organizaciones económicas más cortesanas, aquellas que día tras día le ponen la alfombra al Rey para que se pasee por Catalunya. Para concretar con ejemplos: se puede entender que uno quiera ser español, pero no se entiende que acepte tener un servicio de Rodalies tan deficitario, que lesiona a diario los intereses de los usuarios catalanes. Recordemos los datos oficiales extraídos de Adif. En los últimos 10 meses ha habido en Catalunya un 44% más de incidencias que en Cercanías de Madrid: 323 incidencias, desde retrasos a suspensiones, lo que equivale a una incidencia por día. El 62% de las averías se deben a la infraestructura y las cifras de inversiones son un escándalo: en 2021 se presupuestaron 245,74 millones para Rodalies, pero se ejecutó solo el 21,6%, 53,14 millones. En el mismo periodo, Adif duplicó las inversiones en Madrid, sobrepasando el presupuesto previsto: 181,83 millones de euros. Repetámoslo en comparativa: 53 millones en Rodalies-Catalunya, 181 en Cercanías-Madrid. Y si hablamos de la alta velocidad: solo se han ejecutado en Catalunya 22 millones de los 492 presupuestados, el 4,6%.

Si pasamos a las inversiones globales, el agravio es tan escandaloso que debería poner en pie a toda la sociedad catalana. Recordemos que en 2021 el Estado ha ejecutado solo un 35,7% del presupuesto (739,8 millones de los 2.068 presupuestados), con el agravio añadido de que en el sector público empresarial tan solo ha llegado al 27%. La comparativa con Madrid es una monumental tomadura de pelo: aumentaron la inversión un 84% por encima del presupuesto, con dotaciones especiales en transportes, movilidad y transformación digital, que recibió más de 157 millones que no estaban ni previstos. Es decir, 184% en Madrid de ejecución, 35,6% en Catalunya. Si se suma el hecho de que acumulamos un escandaloso incumplimiento de inversiones presupuestadas en los últimos diez años, y que estos presupuestos ya son infradotados respecto a la demografía y el PIB de Catalunya, la suma total es un auténtico expolio a los intereses de TODOS los catalanes, sean mucho, poco o nada españoles. Solo falta remachar el clavo en la última cifra de escándalo, el aumento del déficit fiscal, que este año se sitúa en 20.196 millones (el 8'5% del PIB), para entender que el agravio a Catalunya es un daño gravísimo al dinamismo económico del país. Solo de imaginar lo que se podría invertir en sanidad o educación, si se redujera el déficit, debería hacer saltar las alarmas.

De ahí que cabe plantear la pregunta: ¿estar contra la independencia o entonar el 'Viva España' implica deglutir los agravios y miserias que representa? Existe un gran abismo entre sentirse español y permitir que, en nombre de España, te levanten descaradamente la camisa. Cuando se acepta, el silencio de los poderes fácticos catalanes se convierte en cómplice necesario del expolio en Catalunya.