La vida, la muerte y lo importante
Josep Maria Fonalleras
Escritor
En el Nuevo Mirandilla, en esa hora de tensión y silencio, un inaudito episodio de agonía (que no es únicamente antesala del final, como muchos creen, sino también un combate para evitarlo), las famosas palabras del gran Bill Shankly se volvieron inconsistentes. Había dicho el eterno mánager del Liverpool: “El fútbol no es una cuestión de vida o muerte; es algo mucho más importante”. En Cádiz, descubrimos que no, que la vida es lo importante, y que, al final, tanto da el resultado. O al revés (y aquí tendría razón Shankly): que el fútbol es algo tan importante para vivir que se detiene cuando vivir es lo más importante. La racionalidad igual aconsejaba que no se reanudara el partido después de tanta zozobra (no solo por el impacto emocional, sino también por el muscular), pero hay normas y el calendario está muy apretado y nadie imaginaba volver un día laboral cualquiera a Cádiz para jugar un misérrimo cuarto de hora.
Con el estadio descoyuntado, nula efervescencia, medio vacío, el Barça aún tuvo tiempo de meter dos goles más para sumar a los que ya tenía en el saco antes del infarto, pero a penas los celebró, en un gesto muy digno, porque no estaba el ambiente para festejar en demasía. Y eso que, inesperadamente, fueron dos goles simbólicos de lo que hoy es el Barça. La recuperada habilidad, el renacido afán futbolístico de Dembélé, y la generosidad extrema de Lewandowski, que puede traducirse como un saber estar en el campo más allá de los goles de oportunismo de delantero centro. Esa sabiduría táctica, ese deambular con sentido, el desmarque, la intuitiva asunción de la posición de pivote, la ascendencia personal, son baluartes que garantizan no sólo dianas, sino una extraña sensación de seguridad, de control de la situación.
Espectro intangible
El Barça no tiene dos onces al máximo nivel. No hay dos equipos que puedan intercambiarse como si nada. Existe una formación titular con variables concretas que pueden acelerar el ritmo o mantener un resultado. Pero, guste o no, hay categorías que incluso se manifiestan como un espectro intangible. La imagen de Lewandowski, Pedri y Dembélé en la banda, a punto de saltar al campo, mientras los “otros” metían el primer gol, fue como un aviso para navegantes. Incluso sin jugar, sólo como amenaza latente, marcan la diferencia. Los nueve cambios de Xavi nos hicieron viajar a un pasado reciente, insulso y sin determinación. Con la notable diferencia que mirabas el banquillo y exclamabas: “Demonios, pero si ahí, ahora, estos todos esos, los “demás”, los que este martes, en la Champions, tendrán que descubrir dónde están los límites”.
Por cierto, y hablando de Champions, si se mantienen las tradiciones, el himno de coronación con el que va a entronizarse como rey a Carlos III en los próximos meses será el “Zadok the priest” de Händel. Seguro que les suena, aunque no sean melómanos. Una versión contemporánea de ese “Anthem coronation”, firmada por el compositor Tony Britten, es el himno de la máxima competición europea. No podré evitar imaginarme al nuevo monarca en pantalón corto, calentando para sustituir a De Bruyne.
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