Artículo de Andreu Claret

Una Diada de infarto para Aragonès

Puigdemont puede permitirse arremeter cada día contra el gobierno de Sánchez con su tono vitriólico , aun sabiendo lo que viene, e intentar acorralar a Aragonès. Pero hacer caer el Govern sería una insensatez que para Turull y los convergentes aferrados al poder sería suicida

Salvador Illa y Pere Aragonès

Salvador Illa y Pere Aragonès

Andreu Claret

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Carles Puigdemont es un experto en intentar acobardar a Pere Aragonès, desestabilizarlo, y ganar tiempo. Es lo que se dispone a hacer este año, con la Diada. Es lo que hizo ante la formación del Govern, enseñando los dientes para acabar negociando sillas en la mesa del Consell Executiu. Para él, se trata de ganar tiempo, a la espera de una coyuntura favorable que cree inminente, aunque sea improbable. Al año de gobierno, los de Junts lo han vuelto a hacer. Han lanzado otro farol, una auditoría en la que la concluyen que las cosas no van bien.

"Así no podemos seguir", ha advertido Jordi Turull, frunciendo el ceño para convencer a la parroquia de que ahora va en serio y de que está en línea con el líder de Waterloo. Los antiguos convergentes le dan al Govern un mes. ¿Por qué un mes? Saben que cuatro semanas no son suficientes para cambiar la política catalana, pero sí lo son para intentar acorralar a Aragonès. Durante este mes, el presidente de la Generalitat tendrá que acudir a un debate de política general marcado por el ultimátum. Tendrá que participar en los actos del quinto aniversario del 1 de octubre, bajo acusaciones de no haber respetado el mandato independentista. Antes tendrá que bajar a la calle, para la Diada, donde le esperaran las huestes de Puigdemont, los que creen que Laura Borràs debe seguir como presidenta del Parlament después del varapalo que una comisión de la ONU ha propiciado al juez Llarena, y todos aquellos que piensan que los partidos son los culpables de que Catalunya todavía no sea todavía una república independiente.   

Así están las cosas en Catalunya. Con el gobierno paralizado, y los de Puigdemont rogando a Sant Bernat Calbó, que era obispo de Vic y fue santificado por aclamación, para que vuelvan los tiempos de antes. Hacen bien los de Esquerra en no tomarse muy en serio al expresidente cuando arremete contra ellos al considerar vergonzoso su apoyo al decreto ley de ahorro energético. O cuando insinúa, a través de este organismo fantasma que es el Consell per la República, que habría que volver a ocupar los colegios electorales en puertas del 1-O.

Lo único que debe preocuparles es la manifestación de la Diada. Con un independentismo encogido y radicalizado, pueden pasar un mal rato. De esto se trata. De demostrar que Esquerra no está con la calle, aunque esta ya no sea la Meridiana de los tiempos de gloria. Tranquilo, Aragonès. Un mes se acaba pronto. Luego volverá la vida de cada día, con los problemas de verdad. Los de un otoño donde el personal estará más pendiente de los precios que de la república. En estas condiciones, hacer caer el Govern sería una insensatez de la que Junts no sacaría ningún rédito.

No creo que Turull esté muy cómodo con tanta agitación. Sus preocupaciones son distintas de las de Puigdemont. Su tiempo es otro. Para él, el ultimátum, el debate de política general y la Diada tienen un destinatario: los votantes independentistas que tendrán que escoger, en las municipales de mayo, entre Junts, Esquerra, la CUP o la abstención. Con la estrategia del cuanto peor mejor que defiende Puigdemont no se puede acudir a unas elecciones como estas que son, por definición, el reino de lo concreto. Empezando por Barcelona donde Xavier Trías, o quien sea el candidato de Junts, no tiene posibilidad alguna de enfrentarse a Ada Colau con un programa de rompe y rasga.

Agitación, la justa

Para Turull, agitación, la justa. Aquella que viene bien a cualquier candidato de su partido para acusar al competidor de Esquerra de vender su alma al diablo. Nada de huidas hacia adelante, por mucho que a Puigdemont le vaya mal en los tribunales de la UE. El expresidente pasa los días al teléfono, preparando preguntas sobre el caso Pegasus para el Parlamento Europeo, o publicando tuits ocurrentes sobre el estado deplorable de algunos tanques del Ejército español. Turull tiene otra agenda. Levantar la moral de una tropa que no tiene ánimos ni para reponer las 'estelades' descoloridas por la sequía. Mientras el uno vive en la burbuja del 1-0, el otro sabe que, fuera del poder, pasarían mucho frio.

Sobre todo, durante el próximo invierno cuando la cosa no estará para bobadas ni ocurrencias. Los inviernos de Waterloo son aún más desapacibles, pero no parece que Puigdemont tenga problemas de presupuesto para pagar la calefacción. Puede permitirse arremeter cada día contra el gobierno de Sánchez con el tono vitriólico que le caracteriza, aun sabiendo lo que viene. Una opción que para Turull y los convergentes aferrados al poder sería suicida. Ahí está la subida discreta, pero continua, de Salvador Illa, en las encuestas, para recordárselo.

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