La nueva seguridad energética
Las interrupciones en las cadenas de suministro de las tecnologías energéticas “limpias” implican un nuevo tipo de desafío
Mariano Marzo
Catedrático emérito de la Universitat de Barcelona (Facultat de Ciències de la Terra).
Mariano Marzo
La transición hacia un modelo energético bajo en carbono está cambiando profundamente el concepto de seguridad energética. En términos generales, esta puede definirse como la disponibilidad de energía de manera ininterrumpida y a un precio asequible. A largo plazo, la seguridad depende de la previsión y concreción de las inversiones necesarias para asegurar el suministro de energía en consonancia con el comportamiento de la demanda. A corto plazo, se vincula a la capacidad del sistema energético para reaccionar con prontitud a cualquier desequilibrio inesperado entre oferta y demanda.
Hasta hace poco, las políticas de seguridad energética se han centrado en gran medida en el suministro de combustibles fósiles. El primer gran toque de atención fue la crisis del petróleo de 1973-1974. Y, casi medio siglo después, los combustibles fósiles vuelven a estar en el centro de la actual crisis energética global. No en vano, petróleo, gas natural y carbón siguen representando algo más del 80% del mix energético mundial de energías primarias. Un porcentaje que constituye un claro recordatorio de la necesidad de continuar garantizando la seguridad del suministro de dichos combustibles, sin por ello desviar nuestra atención sobre la seguridad de las fuentes de energía bajas en carbono requeridas por la transición energética en curso.
Sin duda, la lucha contra el cambio climático, y la consiguiente carrera hacia las cero emisiones netas, harán que la seguridad de suministro de las denominadas energías “limpias” adquiera cada vez más protagonismo. En este sentido, cabe recordar que, por ejemplo, el escenario de cero emisiones netas en 2050 de la Agencia Internacional de la Energía (EIA) contempla que, a dicha fecha, las energías renovables cubran más del 65% del total de la energía primaria utilizada en el mundo, con la solar y la eólica aportando a dicho total algo más del 33% (frente al 2% actual) y generando más de dos tercios de la electricidad (9% en la actualidad). Por el contrario, según la EIA, en 2050 los combustibles fósiles tan solo representarían ya alrededor del 20% del mix energético mundial, con el uso del carbón desplomándose en casi un 90% respecto al de hoy en día.
Aunque se utilicen recursos domésticos como la luz solar y el viento, las materias primas, componentes y equipos necesarios para explotarlos dependen de cadenas de suministro globales
Ciertamente, muchas de las tecnologías “limpias” utilizan recursos energéticos domésticos, tales como la luz solar y el viento. Sin embargo, las materias primas, componentes y equipos necesarios, tanto para explotar esos recursos, como para posibilitar la transmisión y el uso final de la energía generada, muy frecuentemente dependen de cadenas de suministro globales. Y esto constituye una fuente potencial de inseguridad. Las interrupciones en las cadenas de suministro de las tecnologías energéticas “limpias”, no solo son hoy en día una realidad, sino que, además, implican un nuevo tipo de desafío para la seguridad del sistema energético.
Sabemos, por experiencia, que una crisis en el suministro de petróleo o de gas natural tiene repercusiones inmediatas en la economía, en la medida que todo el tejido productivo es muy permeable y sensible a la consiguiente subida de precios. En el futuro, es posible que el suministro de biocombustibles, o de hidrógeno de bajas emisiones y de sus derivados (el amoníaco, por ejemplo), puedan plantear desafíos de seguridad similares. En cambio, cualquier escasez o aumento en el precio de las materias primas o de los componentes requeridos para la fabricación de, pongamos por caso, baterías y paneles solares, repercutiría sobre la seguridad energética de forma diferente. Los usuarios de los vehículos eléctricos ya existentes, o los consumidores de la electricidad generada por paneles solares ya instalados, no se verían afectados de forma inmediata y el impacto no se trasladaría rápidamente al conjunto de la economía. Pero sí que podría afectar a medio y largo plazo a la disponibilidad y el despliegue de más vehículos eléctricos y más paneles solares.
Por ello, aunque el impacto sobre la seguridad energética ligado a problemas en las cadenas de suministro de las tecnologías “limpias” parezca sutil, no por ello resulta menos peligroso. Puede retrasar y encarecer notablemente la ya de por si urgente y compleja transición energética.
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