Las auditorías sanadoras de JxCat
Para que la falsa unidad del independentismo se rompa hará falta mucho más que un desgobierno. Demasiado presupuesto público en peligro
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Álex Sàlmon
Existen dos términos que por su contemporaneidad están más de moda que el resto: protocolo y auditoría. Curiosamente, en este mundo donde todo parece más libertario que antes, donde pasar de todo es lo que mola, se cuelan en nuestro vocabulario más habitual y cotidiano dos palabras que marcan control y criterio.
Cinco acepciones tiene el término 'protocolo' en el diccionario de la RAE. Me quedo con “conjunto de reglas establecidas por norma”. Esta norma puede estar dirigida sobre relaciones, comportamientos, pero en definitiva son las reglas establecidas tanto en un acto público como en una actuación frente a, por ejemplo, una pandemia.
'Auditoría' también tiene varias referencias. En concreto cuatro, y recojo la de “revisión sistemática de una actividad o de una situación para evaluar el cumplimiento de las reglas”. Su definición también está relacionada con el orden del control.
¿Hasta qué punto la utilización de las dos palabras son expresión de su uso? En política, muy poco. Sin embargo, no hay día en que algún dirigente se sirva de ellas para intentar argumentar algo difícil de razonar.
El ejemplo lo tenemos en Jordi Turull, secretario general de JxCat, que el primer día de trabajo intentó argumentar una situación de política estrambótica basada en una posible auditoria que el partido debe realizar sobre la operatividad del Govern.
Ese camino no está fijado en la buena gobernanza, ni en el inicio del curso escolar, ni en la gestación del nuevo Presupuesto para 2023, ni en la inflación, y de forma muy tangencial en la mesa de negociación.
La auditoría debe revisar la dirección estratégica del independentismo y su unidad, que es como analizar el sexo de los ángeles según las parábolas de algún pensador de la Edad Media.
En este caso las auditorias de partido solo sirven para no romper el gobierno, que es lo que una parte del independentismo espera de esta situación de colapso. Le sirve a la dirección de Junts para escribir un relato que no desmerezca el escaso desarrollo de su idea principal: forzar la independencia.
¿Puede caducar ese relato? Por supuesto. Aunque el independentismo tiene una habilidad sobrehumana para estirar un chicle desgastado y sin gusto, los esfuerzos de sujeción de un discurso en vía muerta cada vez son más inútiles.
Existen momentos de respiro. El caso de Laura Borràs y su presidencia suspendida da para unos meses, sobre todo porque evidencia el temor que sigue existiendo al personaje filológico. Pero cuando se calme el habitual septiembre convulso, Diada incluida, y se regule la situación en la Mesa del Parlament, las aguas volverán a burbujear a la contra.
Las paz aparente entre Jordi Turull y Laura Borràs, interesada en el cosmos del ‘procés’, durará lo que quiera la maquinaría del corazón de su partido. Las municipales están cerca, los intereses son muy locales y el profesional de la política sigue siendo Turull, por mucho que Borràs controle a los más hiperventilados.
Curiosamente, tras todo lo explicado, que debería concluir con el análisis de una crisis del Govern sin remedio y avance de elecciones, las expectativas son todo lo contrario. Para que la falsa unidad del independentismo se rompa hará falta mucho más que un desgobierno. Demasiado presupuesto público en peligro.
Una demostración de unidad entre las dos fuerzas en el Congreso de Madrid podría ayudar a dar 'bonus' de tiempo a las malas relaciones entre ERC y JxCat. Pero en esa plaza los intereses tampoco son coincidentes. Conclusión interrogativa: ¿qué debe ocurrir para que el puente acabe cediendo?
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