Artículo de Andreu Claret

JxCat ha encontrado a su Dimitrov

En busca del pragmatismo, Turull se ha esforzado en parecer más independentista que nadie mientras marginaba a Laura Borràs y al sector más exaltado del independentismo

Turull dice que "España se hunde" si ahoga a Catalunya

Turull dice que "España se hunde" si ahoga a Catalunya

Andreu Claret

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Para entender el aparente galimatías del congreso de Junts per Catalunya, es interesante bucear en la lejana historia de la Internacional Comunista. Sobre todo, en el papel de quién fue su secretario general, el búlgaro Jorge Dimitrov, en los sucesivos cambios de orientación de la Internacional. Muchos se preguntan si el partido que ha salido del congreso de Junts, liderado por Jordi Turull, es tan radicalmente independentista como se deduce de algunas de sus declaraciones o, por el contrario, si ha nacido una nueva Convergència más pragmática. Depende.

Pragmático es mantener el pacto con los socialistas en la Diputació de Barcelona. Radical es rechazar todo diálogo con el gobierno que no conduzca a la amnistía y la autodeterminación. Extremista es apelar al “no nos rendiremos” que tanto le gusta a Puigdemont, o a una versión ‘light’ del célebre “lo volveremos a hacer” popularizado por Jordi Cuixart. Sin embargo, pragmático es, sin duda, aprobar una política municipal que no prohíbe los pactos de gobierno con el PSC, incluso dejar las puertas abiertas a que Jaume Giró negocie los presupuestos con los socialistas, en contra de la opinión de hombres de Carles Puigdemont como Joan Canadell, o de la presidenta del partido, Laura Borràs. Entonces, ¿quién ha ganado, Turull, el pragmático, o Turull el martillo de herejes del 155? Desde luego, ha ganado el primero, y lo ha hecho de una manera que recuerda algunas de las victorias de Dimitrov. Me explico: no estamos en los años 30 ni en el siniestro universo estalinista, donde las victorias en el partido iban acompañadas de purgas inmisericordes, desapariciones y asesinatos. Los tiempos son otros, y las formas también, pero la esencia de algunos giros políticos es la misma. ¿Cómo cambiar de estrategia sin que lo parezca? ¿Cómo pactar con alguien que fue denostado hasta ayer como el peor de los enemigos sin que la parroquia se altere?

Dimitrov, uno de los hombres más astutos de la Internacional, fustigador de los socialistas a finales de los años 20, fue quien promovió la política de frentes populares en cuanto el fascismo asomó la cabeza en Austria y Alemania. En un par de años, pasó de llamar socialfascistas a los socialdemócratas a presentarlos como los aliados de la lucha contra Dollfuss e Hitler. Lo hizo sin modificar ni un ápice la ideología del movimiento comunista. Argumentó que la alternativa entre dictadura del proletariado y democracia burguesa quedaba sustituida, por el momento, por la disyuntiva entre democracia y fascismo. En otras palabras: tomó el viraje con una retórica ideológica más encendida que nunca, acompañada de un quiebro político sustancial. Como Turull, que se ha esforzado en parecer más independentista que nadie mientras marginaba a Laura Borràs y al sector más exaltado del independentismo.

Turull tiene algo de Dimitrov. Se le parece incluso en la tosquedad del personaje. Es un superviviente nato, como el búlgaro, que también pasó por la cárcel. Fue un hombre de Convergència Democràtica, siempre fiel a Jordi Pujol, como Dimitrov lo fue a Lenin, y que supo adaptarse al nuevo liderazgo de Puigdemont, como Dimitrov se amoldó al culto de la personalidad de Stalin a pesar de ser un bolchevique moderado. Sin aspavientos. Calculando siempre el momento en el que toca dar un paso. Ni antes, para no sulfurar al líder supremo, ni demasiado tarde, cuando otros pueden haber ocupado el puesto. A retórica independentista no le gana nadie. “No haremos de socorristas del naufragio de Pedro Sánchez”, manifestó en la clausura del congreso, como si la ofensiva de la derecha en España nada tuviera que ver con Catalunya. Pero a capacidad de pactar con el diablo, tampoco. Si no, al tiempo. Empezando por las municipales. Es la esencia de una Convergència Democràtica adaptada a los nuevos tiempos.

No lo tendrá fácil. La necesidad de mantener esta prosopopeya populista le puede dificultar un acercamiento al ‘establishment’ catalán tan necesario para recomponer lo que fue Convergència. Nada mejor que la candidatura de Trias al Ayuntamiento de Barcelona para hacer realidad este propósito. Tampoco le vienen mal los discursos sociales desabridos de Gabriel Rufián. Hay un centro nacionalista conservador que se apuntó al 1-O y que ahora, acoquinado por la crisis, espera un partido de orden. La batalla con Esquerra está servida. Con declaraciones grandilocuentes para no perder a los más aguerridos y mucho trabajo por debajo de la mesa para convencer a Pedro Sánchez, y quién sabe si incluso a Alberto Núñez Feijóo, de que los de Junts son los verdaderos herederos de Pujol.

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