Ágora

EDF y la importancia del sector público empresarial

Muchas veces no se valora de forma suficiente la aportación al crecimiento económico de algunas empresas exitosas por el mero hecho de ser públicas

Zona de venta de verduras de Mercabarna.

Zona de venta de verduras de Mercabarna.

Jordi Valls

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Ha sorprendido en algunos ámbitos empresariales la posición del Gobierno francés por la compra del 100% de la compañía EDF (Électricité de France). En realidad, ha comprado el 15% restante que estaba en bolsa, puesto que, desde sus inicios, el Estado francés poseía un 85%. De hecho, EDF funcionó como una corporación gubernamental hasta 2004, cuando la liberalización del mercado eléctrico en Europa provocó su transformación en una sociedad anónima y su salida a bolsa en 2005. EDF, en 2016, integró a Areva, compañía líder mundial en energía nuclear que entró en quiebra ese mismo año.

Lo cierto es que la participación del sector público en empresas estratégicas no es algo anormal en el entorno europeo. En Francia, el Estado tiene participación en más de 81 compañías, entre ellas France Telecom/Orange, que es el principal operador del país; Renault, Air France, Airbus, Safran y Engie. Asimismo, en Alemania el Estado o los 'länder' llegan a participar también en el principal productor de automóviles, Grupo Volkswagen; en el sector de las telecomunicaciones, como en Deutsche Telekom; en el sector energético (RWE) o en Slzgitter AG, un conglomerado dedicado a la industria siderúrgica.

No es de extrañar que las empresas públicas supongan un porcentaje relevante del valor de mercado como porcentaje del PIB; de un 7% en Alemania y Dinamarca, en torno al 13% en países como Francia, Suecia e Italia, hasta un 25% en Bélgica y Austria, y un 40% en Finlandia. En estos países se reformaron los sistemas de control estatal de las empresas públicas dotándolas de mayor autonomía en la gestión, y con capacidades de competir en un mercado más globalizado.

En España, la ola liberal que inició Margaret Thatcher en los años 80 llegó en los 90, y el Estado español se deshizo de la mayoría de participaciones en un fuerte proceso privatizador que hace que el peso del sector público empresarial sea de un 4% y un 1,9% de valor bursátil.

No es cuestión de volver a la propiedad 'colectiva-estatal' de los medios de producción, en absoluto, pero tampoco podemos estar de observadores de la pureza liberal cuando el Estado hace valer sus derechos como accionista en una compañía como Indra, que se considera clave para los objetivos de la defensa nacional. La doble vara de medir resulta a veces 'sorprendente', cuando en el mismo instante en que se niega la presencia del Estado en empresas públicas, se celebra la ayuda estatal en compañías estratégicas para el desarrollo industrial del país, como es el caso de Celsa, o se reclama su intervención en ingenierías como Abengoa.

La presencia del sector público debe explicarse por la necesidad de invertir en aquellos sectores que se consideran importantes en el futuro, como la tecnología, la energía, la defensa nacional o sectores industriales estratégicos a través de un nuevo intervencionismo estatal, pero con una apertura de miras sobre el mercado libre y los sistemas de control que se infieren de las compañías cotizadas.

El sector público aporta casi un 15% del VAB (valor agregado bruto) de Barcelona como administración pública y, a través de la provisión de servicios como educación, salud, etcétera, tiene un papel relevante en la generación de riqueza y el conocimiento, como en la creación del ecosistema de investigación científica, salud y universitario de Barcelona. Por otra parte, existen potentes ejemplos de entidades o compañías públicas en Barcelona exitosas en el sector de servicios, salud, logística, alimentación, como BSM, Mercabarna, Barcelona Supercomputing Center, Hospital Clínic, Port de Barcelona o el Aeropuerto. Todas están aportando porcentajes relevantes del VAB y muchas veces, por el mero hecho de ser públicas, no se valora de forma suficiente su aportación al crecimiento económico, ni su capacidad de innovación, ni su capacidad de participar en organismos de decisión en aquellas entidades que representan el tejido económico y que son instrumentos de debates estratégicos del país y de la ciudad.

Estos días, en los debates y noticias aparecidas en torno al Cercle d'Economia y Barcelona Global hemos compartido algunas reflexiones respecto al nuevo papel de una burguesía, que se vuelve más financiera que industrial y a la necesidad de atraer y retener talento, de reforzar el ecosistema universitario y de investigación, de potenciar a los emprendedores y de incorporar en estas entidades a los nuevos sectores emergentes. Estoy bastante de acuerdo con este análisis.

Pero no todo es 'venture capital', 'family offices' y 'start ups'. No debemos olvidar la importancia de sectores maduros en el crecimiento económico como la alimentación, el turismo, el mundo editorial, la industria manufacturera o la logística, o el propio rol del sector público, que cada vez desempeña un papel complementario frente al sector privado en el crecimiento económico y en la transformación de aquellos sectores que tienen una vinculación profunda con los grandes retos globales: la crisis energética, el cambio climático, la tecnología y la salud.