Madrid-Argel: de mal en peor
Albares ha recurrido a la UE para tratar de reconducir la situación y evitar que el asunto vaya a mayores, algo que parece complicado porque la relación está muy dañada y el gobierno argelino se considera traicionado
Ignacio Álvarez-Ossorio
Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid.
Dicen que todo lo que va mal siempre es susceptible de empeorar. Este parece ser el caso de las relaciones entre Madrid y Argel que, con la reciente suspensión del Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación, han descendido un nuevo peldaño. Vamos, por lo tanto, cuesta abajo y sin frenos.
Lo más previsible es que la primera víctima sean las exportaciones al país magrebí, que suman 3.000 millones de euros anuales, pero lo peor podría estar por llegar si Argelia decide revisar el acuerdo entre Sonatrach y Naturgy, que aporta un tercio del gas que consume España y que, en teoría, debería finalizar en 2032. Aunque el presidente argelino, Abdelmadjid Tebboune, ha dado plenas garantías de que el suministro de gas no corre peligro, lo cierto es que nada puede descartarse en un contexto cada vez delicado.
El motivo que ha llevado a las relaciones hispano-argelinas a su peor crisis desde 1975 es la revisión de la posición española sobre el conflicto del Sáhara. Como es bien sabido, el presidente Pedro Sánchez decidió abandonar la tradicional neutralidad española en la cuestión saharaui y posicionarse a favor de las tesis marroquís, que solo contemplan otorgar una limitada autonomía al territorio ocupado por el reino alauí. Una decisión adoptada de manera unilateral e improvisada sin consultar con sus propios socios de gobierno.
Ante tamaño despropósito, el ministro de Asuntos Exteriores José Manuel Albares ha recurrido a la UE para tratar de reconducir la situación y evitar que el asunto vaya a mayores, algo que parece complicado porque la relación está muy dañada y el gobierno argelino se considera traicionado. Por el momento, Bruselas ha logrado establecer un cortafuegos al recordar que la adopción de represalias económicas contra España podría violar el acuerdo de asociación firmado entre la UE y Argelia. No obstante, la tarea de recuperar la confianza de nuestro vecino será hercúlea y requerirá muchas energías.
Durante las pasadas décadas, España se ha visto obligada a realizar un permanente ejercicio de funambulismo para mantener unas relaciones equilibradas con nuestros dos vecinos sureños. El hecho de que ambos mantengan una enconada disputa por la hegemonía regional ha hecho que cualquier gesto hacia una de las partes sea contemplado con suspicacia por parte de Rabat o Argel, recelosos de que nuestro gobierno se escorase demasiado hacia uno de los bandos. En juego están no solo los intereses comerciales o el flujo de hidrocarburos, sino también el control de las migraciones o la colaboración en materia antiterrorista.
Pero ahora el ruido de sables es más ensordecedor que nunca. Marruecos y Argelia han ido elevando el tono en los últimos años y forjando alianzas con algunas de las principales potencias internacionales, lo que es todo menos tranquilizador. La alianza entre Marruecos y Estados Unidos se fortaleció durante la presidencia de Donald Trump, que consiguió la normalización de las relaciones israelo-marroquíes en el último suspiro de su mandato a cambio de su reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara. También Francia, que ejerció como potencia mandataria, mantiene unas sólidas relaciones con su antigua colonia. En noviembre pasado, Israel firmó un tratado de defensa y seguridad con Marruecos que también contempla el reforzamiento de los intercambios entre los servicios de inteligencia de ambos países.
Todos estos movimientos han encendido las alarmas en el estamento militar argelino que controla el poder desde la independencia del país en 1962. De ahí que Argel haya intensificado sus relaciones con dos de sus aliados tradicionales desde la Guerra Fría. China es ya el primer proveedor de productos a Argelia con un porcentaje que se aproxima al 20%, mientras que Rusia es el principal suministrador de armamento del país magrebí que, gracias a la bonanza económica, se ha convertido en el sexto importador de armas del mundo. De hecho, Marruecos y Argelia tienen el segundo y el tercer ejército más grande del continente africano después del egipcio. Una escalada militar que debería no solo inquietar a España, sino también al resto de países europeos de la cuenca mediterránea, así como al conjunto de la UE.
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