‘After-sun’, regresa el turismo
La teoría es que el turismo da dinero y la práctica es que da mala vida a la población de estas ciudades-espectáculo que de mayo a septiembre huelen a ‘after-sun’ y a plástico de colchón hinchable
Irene Jaume
Librera
Hacía dos años que no teníamos que sufrirlo. Podías ir al centro de la ciudad y caminar sin que pareciera que estabas participando de una competición de regate urbano y podías ir a ciertos lugares y no hacer cola o no tener que reservar. Dentro de la alegría había también una especie de sensación de derrota colectiva silenciosa, porque pensábamos que podíamos hacerlo porque ellos no estaban. Pero ya vuelven y lo hacen acompañados de un ansia explosiva.
Da igual si vienen por tierra, mar o aire, porque el efecto final es el mismo: una invasión. El aeropuerto, el puerto, las estaciones, las carreteras, las calles y las plazas de muchas ciudades mediterráneas se transforman en el escenario perfecto para que algunos se enriquezcan, muchos otros disfruten y la gran mayoría pague las consecuencias. Unas consecuencias con diferentes formas: contaminación, ruido, suciedad, subida de precios generalizada... Desde un café hasta el alquiler de un piso minúsculo sin ascensor.
La teoría es que el turismo da dinero y la práctica es que da mala vida a la población de estas ciudades-espectáculo que de mayo a septiembre huelen a ‘after-sun’ y a plástico de colchón hinchable. La teoría es que se está regulando y la práctica es que los beneficios se los llevan los mismos y la miseria los de siempre. La teoría es que emplea y la práctica es que es precario y temporal.
El ‘after-sun’ es una loción corporal que sirve para calmar la piel después de las agresiones del sol e hidratarla para compensar la sequedad. Nuestro ‘after-sun’, el de las personas que vivimos en ciudades ‘ultraturistificadas’, quizá debe ser la perseverancia en la queja contra este modelo. En la reivindicación de que las ciudades son para quien las habita, no para quien las visita y las vende al mejor postor. En la acción de cuidar y participar de la vida cotidiana y colectiva de nuestros barrios para que no se les lleve ese agujero negro llamado industria turística. Y pongámonos una capa generosa, porque las agresiones sociales, económicas y ecológicas hace ya tiempo que son insoportables.
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