Aspirante a un tercer mandato

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Colau ante el todo o nada

La velocidad y falta de diálogo con la que la alcaldesa pretende aplicar algunos cambios ha contribuido al desencuentro con muchos sectores, no solo las élites

Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, posa durante la sesión fotográfica en la Clariana de las Glòries.

Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, posa durante la sesión fotográfica en la Clariana de las Glòries. / FERRAN NADEU

Aprovechando el peor momento de sus adversarios la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha aceptado optar a un tercer mandato en las próximas elecciones municipales. En la entrevista que publica EL PERIÓDICO, la alcaldesa justifica esta decisión en la necesidad de «consolidar» el cambio de modelo para la ciudad y niega que eso signifique «perpetuarse». Siendo comprensible la voluntad de continuar su obra de gobierno, representa un giro de los planteamientos iniciales de Barcelona en Comú (no estar más de ocho años en un cargo público) que, aunque haya obtenido el aval de los militantes, la acerca a las maneras de la política convencional de la que abjuraba en sus inicios. La Ada Colau que se presentará a las próximas elecciones no es ahora aquella activista procedente de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Ahora es capaz de distinguir entre los diversos proyectos empresariales que reclaman el apoyo de la ciudad y ayudar a los que encajan con su modelo de una ciudad humana y sostenible como ha ocurrido en el caso del Mobile World Congress y de su reciente respaldo a la Copa América de Vela. Sin embargo, pese a este giro pragmático, y a actuaciones sin duda positivas en lo que se refiere a la vida cotidiana en algunos barrios de la ciudad, en otras decisiones ha suscitado un amplio, y a veces agrio, debate. En la polémica se han mezclado cuestiones de fondo, relativas al proyecto que tienen para la ciudad Barcelona en Comú y sus aliados socialistas, con otras relativas a la manera de actuar de la alcaldesa.

En la entrevista, Colau atribuye estas críticas impacto de sus decisiones en las élites económicas. Puede que haya en ello una parte de verdad, aunque se desprende de sus palabras una temeraria infravaloración de la oposición política, y haría bien la alcaldesa en reconocer que su forma de actuar ha contribuido al desencuentro con muchos sectores sociales, no solo los más acomodados. Le ha sobrado ideología y le ha faltado diálogo. Sea en el tema de la ‘superilla’ del Eixample o en las medidas destinadas a reducir el tráfico y hacer que la ciudad sea líder en la creación de zonas de bajas emisiones. Tener ideas bien orientadas es un prerrequisito para todo alcalde que pretenda dejar su huella en una ciudad, pero no es suficiente. Hay que gobernar, dialogar con la oposición y, especialmente con los ciudadanos, y estar dispuesto a ceder en aquello que no sea determinante para buscar los más amplios consensos posibles. En algunos de sus principales proyectos, ha faltado un estudio preciso de su impacto y de su coste financiero y social, tanto si hablamos de crear riqueza como de vivir mejor o de hacer frente al cambio climático. Puede que el urbanismo, donde Barcelona siempre ha sido pionera, sea el ámbito donde esta carencia haya sido más visible: con mucho urbanismo táctico y una cierta falta de visión estratégica. 

Tras dos mandatos municipales, la alcaldesa hace un certero diagnóstico de los temas de la agenda de la ciudad (medio ambiente, vivienda, turismo, desigualdad...), pero la velocidad con la que pretende implementar los cambios polariza a la opinión pública tanto respecto a su figura como sobre sus acciones de gobierno. Por más que Colau sostenga que Barcelona en Comú es un proyecto colectivo, es indudable el personalismo con el que ella lo ha imprimido, lo que la llevará a encarar las próximas elecciones como un plebiscito entre los barceloneses (Colau sí, Colau no) donde se lo jugará a todo o nada.