Hacia una reinvención europea
La guerra de Ucrania introduce una variable relevante en el debate sobre la reforma de la Unión Europea
Ruth Ferrero-Turrión
Profesora de Ciencia Política en la UCM e investigadora sénior en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI)
Ruth Ferrero-Turrión
Durante las últimas semanas, en directa relación de causalidad con el desarrollo de la guerra en Ucrania, se han estado sucediendo por parte de varios líderes políticos europeos distintas declaraciones dirigidas en una misma dirección que no es otra que una potencial reforma de la UE. Y todas ellas van dirigidas hacia la construcción de un ente europeo que pueda ser considerado potencia geopolítica en el sentido clásico del término.
El marco sobre el que se van articulando estas propuestas es el de las conclusiones de la Conferencia sobre el Futuro de Europa, en donde queda apuntada la necesidad de una reforma de los tratados que permita avanzar en la integración, abandonando la unanimidad en el proceso de toma de decisiones.
Para ello sería necesario lanzar un proceso de reforma de los tratados a través de una Convención Europea. Las propuestas escuchadas, hasta el momento, se articulan en torno a tres conceptos: un “federalismo pragmático” como lo denominó Draghi; el progreso, en lo que Letta llama, las Siete Uniones (política exterior, vecindad, política común de asilo, unión energética, política de defensa, Europa social y unión sanitaria) y la puesta en marcha de, ahora sí, la Europa a varias velocidades, en lo que Macron ha llamado la Comunidad Política Europea.
Parece bastante claro que el objetivo de esta ofensiva político-discursiva por parte del 'establishment' europeo no puede ser otro que no sea el de comenzar a tantear el terreno de la opinión pública y presionar a aquellos gobiernos de los etados miembros menos proclives a terminar con el veto en el marco del Consejo Europeo. La idea es poner en marcha, en poco tiempo, una reforma de los tratados que intente dar respuesta a algunos de los dilemas a los que se lleva enfrentando el proyecto europeo desde hace tiempo. La acumulación de crisis durante los últimos años favoreció las respuestas inmediatas y dejó siempre para otro momento la reflexión sobre la naturaleza de la UE, pero que la guerra en Ucrania ha hecho prácticamente inaplazable.
París y Berlín son conscientes de la necesidad de dar una respuesta a Kiev, pero sin ofrecer un proceso de ampliación
Las propuestas vertidas en estos días intentan dar respuesta a la necesidad creada de convertir a la UE en una potencia geopolítica, algo sobre lo que la Comisión de Von der Leyen lleva hablando desde su llegada a Bruselas. Una Europa que sea capaz, en palabras de Borrell, de “hablar el lenguaje del poder”, entendiendo por poder una Europa fuerte en materia de seguridad y defensa. Para ello, no solo será necesario la revisión de la gobernanza económica con la reforma del Pacto de Estabilidad o terminar con la unanimidad en el Consejo, tal y como era la idea inicial, sino que, ahora, también tal y como nos dicen, será inevitable incrementar los presupuestos en materia de defensa. Pero, además, también se introduce una variable muy relevante, esto es, la incorporación de Ucrania a la UE.
Varias son las conclusiones que podemos extraer de estas propuestas. La primera es el reconocimiento explícito del fracaso del poder normativo de la UE materializado en la Política Europea de Vecindad. La creación de un modelo que se levante sobre la creación de círculos concéntricos, como la que propone Macron, no es nueva. Mitterrand ya pensó en ello y se articuló sobre la propuesta de la Europa Amplia. Ahora volvemos a debates que parecían superados, como el de la Europa de varias velocidades. Sin duda, las propuestas procedentes de Francia, Italia o Alemania, ante el nuevo escenario que se ha abierto tras la agresión rusa, suponen ofrecer una respuesta alternativa al modelo actual vigente, el de la Asociación Oriental que, a estas horas a todos los efectos, ya carece de sentido.
Desde París y Berlín son conscientes de la necesidad de dar algún tipo de respuesta a Ucrania (y quizás a Georgia y a Moldavia) que vaya más allá de lo hasta ahora existente, pero sin ofrecer un proceso de ampliación que, necesariamente, tendría que ser largo, tal y como pueden atestiguar los países de los Balcanes. Pero, sobre todo, también son conscientes de que si no consiguen controlar la ola de opinión moral que navega la UE en este momento de máxima tensión, el eje París-Berlín podría ser sustituido por otro Varsovia-Kiev.
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