Una catalana en Eurovisión

Al final, Europa mira a Catalunya (gracias a Chanel, no a Puigdemont)

Puestos a mirar, mejor las nalgas de Chanel que las caras del Vivales y Comín. Aquellas trasmiten ganas de vivir, estas las eliminan

La actuación de Chanel en Eurovisión 2022

La actuación de Chanel en Eurovisión 2022

Albert Soler

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Al final, Europa ha mirado a Catalunya. Ha sido gracias al muslamen y al talento de Chanel y no al Vivales de Waterloo, que en ambos aspectos se halla a años luz de la cantante de Olesa, cosa que debería dar que pensar: con trabajo y tesón se alcanzan más éxitos que con sueños imposibles aliñados con inútiles enfrentamientos. Líbreme Dios de sugerir que, para conseguir que alguien le haga caso, el expresidente fugado muestre sus nalgas extramuros de la Casa de la Republiqueta, dentro que haga lo que le plazca. Me refiero a que la simpatía y la alegría suelen dar mejores réditos que la perenne amargura. Puestos a mirar, mejor las nalgas de Chanel que las caras del Vivales y Comín. Aquellas trasmiten ganas de vivir, éstas las eliminan.

Toda Europa debe de estar hoy preguntándose cómo es posible que Chanel, moderna, vital, alegre y sin prejuicios, proceda de la misma región que esos personajes amargados, tristes y de vida vacía, que no dejan de dar la tabarra en Bruselas con sus burradas, seres tan avinagrados que parecen llevar a cuestas los días nublados y ventosos. La explicación es simple: existe una Catalunya mestiza, moderna, desacomplejada y cosmopolita, y existe otra encerrada en sí misma, anacrónica, antipática, provinciana. Por más europeo que sea uno, no caben muchas dudas acerca de a qué culo mirar.

Es de suponer que esa Catalunya cada vez más pequeña e insignificante no va a felicitar a Chanel por el éxito conseguido, ya que no la considera de los suyos. Nada que huela a avanzado y a universal tiene cabida en la republiqueta. Si Chanel hubiera quedado en último lugar, con críticas unánimemente desastrosas, pero hubiera lucido lacito amarillo, hoy mismo sería recibida en el Parlament, en la Generalitat, en el Nou Camp y en Waterloo, con el Vivales humedeciéndose al soñar que le canta/susurra «Happy birthday mister president».

Por supuesto, sería invitada a la paella veraniega de la Rahola, que es a lo máximo a que aspira todo catalán de bien. En lugar de eso, y por no ser lo bastante buena catalana, la pobre Chanel deberá conformarse con ser elogiada en todo el mundo, con ser la artista del momento, con haber rendido a Europa a sus pies y con tener ante sí una carrera de dimensión universal. Ella se lo pierde.

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