Las colillas de Maragall
Pensar que el CNI espió al alcaldable de ERC para conocer lo que existía detrás de las posibilidades de que Barcelona acabara con un alcalde independentista retuerce el estómago
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Álex Sàlmon
En estos momentos históricos en que somos capaces de visualizar un proyecto de reciclaje que se base en la recogida de colillas, una a una, guardadas en una misma cajetilla de tabaco, para que el punto de venta te devuelva cuatro euros y contaminar menos, todo es posible.
Nada es asombroso porque todo es sorprendente. La rutina en la que se ha instalado la sociedad, y también la política, claro, se encuentra en un sinsentido tan profundo que cualquier situación pasa por un halo de normalidad pasmosa.
Partiendo de esa base se nos cuela en nuestra cotidianidad la posibilidad de espiar, de ser espiado, de utilizar el espionaje a favor o simplemente de engañar con lo espiado y que las apariencias hagan su trabajo.
Pensar que el CNI espió a Ernest Maragall para conocer lo que existía detrás de las posibilidades de que Barcelona acabara con un alcalde independentista retuerce el estómago. Concluir que esas escuchas habían beneficiado “indirectamente” a Ada Colau y considerar a Jaume Collboni como el “beneficiario directo”, para acabar sobre la figura de Pedro Sánchez, es tan retorcido como el viaje de vuelta de una colilla al estanco.
No hay duda de la acción declarativa de los políticos. Sus frases se convierten en buenos momentos para los que analizamos o escribimos sobre política. Pero una declaración que se inspira en otra frase, a la vez generadora de otra expresión, y que conduce a una declaración más, es un pozo sin un fondo intelectual. Y hacer responsables a Colau y Collboni de las decisiones, acertadas o no, del CNI, resulta muy sorprendente.
En política las disculpas, o son inservibles o hunden más en la miseria. Como un elefante torpe entrando en una tienda con cristal de Sèvres. Romper una pieza conduce al colapso. Ernest Maragall, con sus primeras declaraciones, abrió un canal que no pudo contrarrestar. Pensó que lo podría utilizar en beneficio propio y acabó descontrolado en las redes. Todo lo contrario que con las colillas playeras. De vuelta al redil por obra de 20 céntimos.
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