Artículo de Mariano Marzo

Energía y geopolítica

EEUU ya no disimula su preocupación por que China domine la geopolítica de la nueva era de la energía “limpia”

Paneles de energía solar.

Paneles de energía solar. / pixabay

Mariano Marzo

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Durante casi dos siglos, la energía de los combustibles fósiles ha jugado un papel clave en la geopolítica. La relación entre Europa occidental y China cambió decisivamente en 1839, cuando, en la Primera Guerra del Opio, Gran Bretaña desplegó barcos a vapor alimentados por carbón. Un acontecimiento que abrió las puertas de China a las potencias europeas. Más tarde, ya en el siglo XX, el petróleo convirtió a EEUU en la primera potencia mundial, marcando el declive de los imperios europeos. Y durante la última década, EEUU y Rusia han venido compitiendo entre sí para vender gas a Europa, como lo hicieron con el petróleo a principios del siglo pasado.

Los hidrocarburos han generado conflictos geopolíticos cuyos efectos han persistido durante décadas. La crisis del Canal de Suez en 1956 es un buen ejemplo. El presidente de los EEUU, Dwight Eisenhower, utilizó el poder financiero de su país para detener la acción militar anglo-francesa contra Egipto, diseñada para proteger los intereses energéticos de Europa en Oriente Medio, frente al intento de EEUU de reservarse, en exclusiva, el papel de guardián del suministro de petróleo a Occidente. Tras este encontronazo, preocupados por la posibilidad de que su aliado en la OTAN pudiera ningunearlos, varios países europeos decidieron diversificar sus suministros abriéndose al petróleo soviético y en la década de 1970 esta relación energética se amplió al gas. Y, más recientemente, desde que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, dejó claro por vez primera en 2008, en Georgia, que no aceptaba las fronteras creadas tras la disgregación de la URSS, esta dependencia ha condicionado la política de la UE hacia Rusia. Paralelamente, los intereses complementarios en el ámbito de los combustibles fósiles han convertido a China y Rusia en aliados tácitos. 

Por otra parte, ya en la década de1990, era evidente que abordar el desafío del cambio climático se vería limitado por la geopolítica, y que las opciones sobre las nuevas fuentes de energía a desarrollar para sustituir a los combustibles fósiles tendrían consecuencias geopolíticas. Los EEUU se negaron a ratificar el Protocolo de Kyoto de 1997, porque pensaban que un acuerdo que les impusiera obligaciones, dejando al margen a China, perjudicaría a su economía. Poco después, en Alemania, el Gobierno de coalición de 1998-2005 apostaba por las renovables y comenzaba a eliminar gradualmente la energía nuclear, profundizando la dependencia alemana del gas ruso. Al mismo tiempo, Putin iniciaba un esfuerzo estratégico de dos décadas para eliminar a Ucrania del sistema ruso de transporte de gas.

Sin duda, el cambio climático ha generado incentivos para la cooperación entre rivales geopolíticos, particularmente entre los dos mayores emisores mundiales de gases de efecto invernadero: China y EEUU. Así, en noviembre de 2014, Barack Obama alcanzó un acuerdo sobre emisiones con el presidente chino Xi Jinping, lo que constituyó un paso esencial para el acuerdo climático de París del año siguiente. Sin embargo, incluso este momento de cooperación no canceló la pugna geopolítica. El mismo año, Xi llegó también a un acuerdo con Putin para construir el gasoducto Power of Siberia. Este, inaugurado en 2019, es el primero que transporta gas hacia el este, a Asia, en vez de hacia al oeste, a Europa. Para China, esto era como mínimo tan importante como un acuerdo con Washington sobre el clima.

Hoy en día, ya en plena transición energética, los estados están compitiendo por la fabricación de paneles solares y turbinas eólicas, así como por la producción masiva de vehículos eléctricos. Y, al respecto, no debe pasar inadvertido que, en mayo de 2015, el Partido Comunista de China anunció un plan, 'Made in China 2025', cuyo propósito es convertir al país en una superpotencia en la manufactura de alta tecnología, asegurando que el 70% de los recursos básicos necesarios para ello se produzcan en China. La guerra comercial y tecnológica del expresidente estadounidense Donald Trump con Beijing básicamente fue una respuesta a esta ambición china. Washington ya no disimula su preocupación por que China domine la geopolítica de la nueva era de la energía “limpia”.

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