Artículo de Xavier Bru de Sala

Céline al ataque

La novela 'Guerre' aparece de manera muy oportuna, 80 años después de escrita, en este tiempo en el que el fragor y el horror bélico vuelven a ensordecer Europa

Louis-Ferdinand Céline

Louis-Ferdinand Céline

Xavie Bru de Sala

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¡Gran evento cultural en Francia! Este 5 de mayo aparecen las primeras 200 páginas de las más de 5.000 inéditas de Céline rocambolescamente descubiertas aún no hace un año. Se trata de la novela 'Guerre', calificada por los pocos que la han leído como un tesoro literario de primerísimo orden, una nueva obra maestra del autor de 'Voyage au but de la nuit' ('Viaje al fin de la noche') y 'Mort à crèdit' ('Muerte a crédito'), que se sitúa en el tiempo entre estos dos monumentos. 80.000 ejemplares en la primera edición, alud de preventas. Todo en orden. O no, si se hubiera tratado de Proust quizá el tiraje hubiera alcanzado los 800.000.

No solo entre los lectores de las cumbres de la literatura sino entre los propios escritores, hay un problema con el reconocimiento y la recepción de Céline, seudónimo del doctor Louis-Ferdinand Destouches, médico de barrio, antisemita implacable, condecorado como héroe de Francia en la Primera Gran Guerra, encarcelado y condenado por colaborador de los nazis en la Segunda. En apariencia, el problema es este. ¿Cómo exhibir una biografía tan maligna y formar parte a la vez, con Proust y Joyce, de la trilogía de grandes genios del siglo XX? El incuestionable genio de Céline ha sido ratificado de forma unánime por los primeros de la fila. El propio Sartre proclamó, desde las antípodas ideológicas, que “de todos nosotros solo quedará Celine”. Si es cierto que, además de un perdulario, Caravaggio fue un asesino, eso no rebaja su genio singular. El propio Proust se describe en el centro de su magna obra como el secuestrador y atroz manipulador psicológico de Albertine, víctima de su telaraña asfixiante. No es preciso seguir.

Según el propio Céline, alejado con hastío de cualquier cenáculo literario, el “odio” que le tenían no se debía a su contrapatriotismo sino a su estilo, tan alejado de la prosa “jesuítico-engominada” de la literatura francesa. Nieto e hijo de profesorcillos petulantes, Céline es un antiintelectual consecuente y un implacable ‘destroyer’ de la propia tradición. Rabelais, a quien muchos le han comparado, se descalifica según él porque se pasa la obra polemizando con curas y solo resulta "legible en los pasajes en prosa". Con Céline no se puede disimular. Cuando es grotesco, no trata de hacer gracia sino mostrar el fondo tan bestia de la naturaleza humana. Los 'horribili bestioni' de Vico desprovistos del barniz de civilización. En vano han tratado sus comentaristas de explicar que tras la virulencia y la insolencia implacables de Céline se esconde un fondo de piedad desesperada. No, el diagnóstico y el veredicto de Céline sobre la humanidad es este: execrable sin escapatoria y sin remisión.

¿Por qué deberíamos leerlo y venerarlo pues como uno de los grandes genios? ¡Que nos deje en paz con su inconsolable pesimismo! Porque la diferencia entre todos los demás y Céline es que él no se toma la molestia de edulcorar con pinceladas de falsa esperanza la más amarga de las píldoras para disimular la propia crueldad a ojos de los lectores que saben asustadizos ante la imagen que les proporciona su espejo. Es así, hasta el punto de que quien no lo comparta debería elegir entre dos poco halagadoras opciones: o bien el autor no pertenece a la más alta categoría o bien el lector no está capacitado para penetrar en el interior de la verdadera naturaleza del texto al que se enfrenta.

Más aún que en el 'Voyage', 'Mort à crédit', con una prosa entrecortada, espasmódica y relampagueante, ensancha y profundiza los límites de la imaginación y de la experiencia. El problema para quienes no puedan leerlo en francés es la extrema dificultad de la traducción. Dicen que 'Guerre' va más allá. Aparece de manera muy oportuna, 80 años después de escrita, en este tiempo en el que el fragor y el horror de la guerra vuelven a ensordecer Europa, en el que vuelven a vibrar las trompetas del apocalipsis nuclear o de la catástrofe climática y todo este castillo de naipes donde estamos tan bien instalados, unos más que otros, comienza a temblar y amenaza con derrumbarse. A ver si estamos a tiempo de paladear con fruición y sin demasiada amargura los otros miles de páginas inéditas de ese virtuoso extremo que nos maldecía como un profeta.

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