Remodelación urbana
Editorial

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El Eixample y la Barcelona del futuro

Lo que algunos quieren convertir en la «segunda revolución» del Eixample se tiene que hacer desde el diálogo ciudadano y no desde posiciones guiadas única y exclusivamente por la ideología

Vista aérea de Barcelona.

Vista aérea de Barcelona. / Aerial view of Barcelona Eixample residencial district and famous basilica, Spain. Late afternoon light

El Eixample, en su momento, en 1860, representó un paso adelante de Barcelona hacia la modernidad. Para ir más allá de la ciudad medieval, superando el estricto y reducido ámbito enmurallado, el nuevo trazado homogéneo que surgió del Pla Cerdà delimitaba una estructura con espacios y edificios que respondían a un esquema urbano racional en cuadrícula, con las islas y manzanas que configuraban un tipo de ciudad moderna. Cabe recordar, sin embargo, que el Eixample, una marca esencial de Barcelona, nació en medio de la polémica, puesto que el plan finalmente aprobado no era en principio del agrado de las autoridades locales. 160 años después, el Eixample vuelve a estar en el punto de mira de una reforma que ha de decidir su futuro después de múltiples vicisitudes a lo largo de la historia pero que se ha convertido en un emblema de la ciudad y en un espacio urbano único en el mundo, por la armonía que ha tenido entre la vivienda que alberga un tejido social muy cohesionado, un comercio centenario y los servicios propios de finales del siglo XX.

La presión circulatoria derivada de la enorme cantidad de vehículos que transportan a trabajadores del área metropolitana que entran y salen cada día o que simplemente atraviesan la ciudad, sumada a la presión del turismo que ha atraído un comercio global que crea riqueza pero rompe el equilibrio interno de estos barrios, obliga a repensar tanto la fisonomía como los usos del espacio público en el Eixample. Es el gran proyecto de Barcelona, acuciada tanto por las sanciones de la UE por el exceso de contaminación como por una cierta pérdida de atractivo por lo que se refiere a las inversiones. La magnitud del proyecto hace inevitables las tensiones, pero ha comenzado con muy mal pie. En el propio gobierno municipal se plantean opciones divergentes. Por un lado, la construcción de los llamados ejes verdes (conocidos hasta ahora como ‘superilles’) para ofrecer más espacio al peatón de acuerdo con un plan de usos para todo el distrito sin proteger las necesidades de los que viven en el Eixample, según defiende Barcelona en Comú, y, por el otro, la propuesta del PSC, que quiere delimitar la reforma a determinados barrios en atención a las diversas tipologías de la zona. La nueva regulación, que se iniciará en junio con cierta precipitación y alevosía (aprovechando el urbanismo táctico desplegado durante la pandemia) en la calle del Consell de Cent, y que debería acabarse en 2030, supera de largo el mandato de la actual alcaldesa, por lo que debería contar con el máximo consenso ciudadano y político, que ahora no tiene ni de lejos. Da la sensación de que lo que se pretende es conseguir un par de fotos para exhibir en la próxima campaña electoral.

Debate y consenso

El distrito es el más poblado de la ciudad (el 16% de la población se concentra en él) y el más denso, al tiempo que registra unos altos índices de envejecimiento de la población y de ciudadanos que viven solos, con la problemática añadida de un tráfico ingente y de la dificultad de hacer frente a unas alzas de los precios de alquileres o compras. El proyecto de Plan de Usos, que fue aprobado en marzo, debe ser debatido y consensuado con las entidades ciudadanas y vecinales y con los distintos grupos políticos. Y mientras tanto paralizar aquello que no sea reversible.